Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


martes, 14 de mayo de 2019

Besos que te curan y hacen más corto el invierno.

Hoy, al levantarme y mirarme al espejo, me he acordado de ti.

Hace ya más de cuatro años que conocí a Óscar. Un día muy especial.
Recuerdo saludarlo tímidamente y que el ni siquiera me miró.

En aquel sitio la gente no fue tan amable como esperaba. No fueron cálidos, no me hicieron sentir bien, no me apreciaron en absoluto...
Pero por suerte lo conocí a él. Y creo que es de esos ángeles que aparecen en tu vida para enseñarte algo y demostrarte lo que vale de verdad levantarse cada mañana.

Óscar tenía catorce años y la fuerza de mil soldados. Estaba muy delgado y su piel era más oscura de lo normal. Por desgracia, en sus ojos siempre vi tristeza y puedo contar con los dedos de una mano cuántas veces lo vi sonreír.

Allí, día tras día, me dí cuenta de la crueldad con la que a veces te golpea la vida. Y cada instante que viví con él me enseñó a valorar lo que tenemos día a día sobre las manos.

Aún recuerdo aquel día que tuve que salirme al pasillo para coger aire y poder respirar.
Joder, cuanto me costaba respirar en aquel lugar.

¿Habéis tenido alguna vez a alguien clavado en el pecho? A mi ese crío se me clavó. Fuerte, profundo, como una espina.

Llegué un viernes por la mañana y resultó que ya no estaba. Resultó que ya se había cansado de tanto sufrir y llorar.

Y, bueno, con 21 años se me murió un crío. 
No era mío, no fui su madre ni nadie de su familia, lo conocí apenas un par de meses atrás y he de decir, estoy segura, no signifiqué para él lo mismo que él para mí pero -de corazón- recé mucho para que te sintieras feliz y tranquilo haya donde estuvieras.

En aquel instante sentí como la sangre se me congelaba, como cada músculo se me contraía, como me paralizaba... y allí me quedé, pasmada, fría, impasible, mareada, en cólera... durante al menos diez minutos.

Y sentí una tristeza extrañamente singular, un dolor que se me agarró al pecho y una rabia que me provocó ganas de vomitar.
Y tuve que salir a tomar aire otra vez. Pero esa vez no logré respirar.

Me acerqué a su cuarto, miré las paredes, miré su cama, miré la pared... y salí de allí con la firme convicción de que no volvería a entrar en aquel lugar.

Y nunca más volví a entrar.

Y entonces comprendí porqué aquella gente no fue cálida conmigo, porque no me enseñaron a sobrellevar las preguntas de los padres, porqué no me arroparon cuando lo necesité.

En aquel sitio no había manera alguna de sobrellevar el dolor. No existía. No había ninguna técnica, ninguna estrategia, ninguna forma de poder pasar de puntillas por las historias que te rodeaban.

De repente, la realidad llegaba y te golpeaba en seco con una fuerza ensordecedora. Un peso enorme sobre tus hombros. Un jarro de agua helada. Los padres lloraban mucho, los niños lloraban más aún.

Y cuando -inevitablemente- empezabas a querer a alguien un poco más de la cuenta, sin indulgencia alguna, la vida te lo arrebataba.

De verdad, el peor drama que he visto jamás.

Sólo quería decirte que he estado pensando en ti. Que desde la Tierra te mando un abrazo enorme hasta cualquier cielo mágico o espacio infinito en el que estés.

Y espero, desde el primer hasta el último recoveco de mi corazón, que seas feliz y puedas descansar tranquilo y en paz.
Gracias por enseñarme tanto, campeón.





A tí, Óscar.











miércoles, 1 de mayo de 2019




Tienes cara de abrazar y desacomodar el cielo.

''Hazme polvo.
En la cama. En el suelo. 
De espaldas. Agachada. 
Sobre la mesa. Contra la pared.
Aquí. 
Allí.
Así.
Hazme polvo
y luego,

sopla.''






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My madness keeps me sane.