Los cinco segundos previos al primer beso. Las invasiones de sofá. Las manos que se rozan sin querer queriendo. La silueta del pecado. La ropa en el suelo. Los ojos cerrados. Los gritos suaves, lentos y entrecortados. El amor.
Era muy tarde y en el cielo había mil estrellas. Y allí estábamos tú y yo, esperando cualquier milagro. Llorabas. Creo que nunca antes te había visto llorar. De ira, de pura rabia. De injusticia, de apatía por la vida, de soledad. Y tus ojos me miraban, arrastrando tristeza de días, de semanas, quizá incertidumbre de cientos de noches. Y sonreí, y traté de hacerte entender que no todo en la vida tiene un porqué, que hay cosas que vienen y te arrastran y destrozan todo eso en lo que solías creer y amar. Te abracé, te abracé lo más fuerte que pude y dejaste caer tus brazos sobre mi espalda, mientras el silencio consumía aquel lugar. Y entonces me dijiste aquello. Jamás en la vida he podido comprender cómo hay palabras y frases que me marcan tanto y clavan espinas tan dentro de mi ser. ''Lo único que quiero es no acabar cómo tú.'' Te miré, soltaste alguna broma de las tuyas y volviste a romper a llorar. Hacía frío, me quité la chaqueta y te arropé con ella. Me dijiste aquello de ''aquí el tío soy yo, esto debería ser al revés''. Me reí. Detrás de aquella faceta de tío duro que siempre llevabas puesta había un niño muerto, aterrado de miedo. Detrás de las risas, de las cervezas, de las bromas, de conquistar tú y yo el mundo, de los viajes, de tus consejos de auto-reflexión y de mandarlo todo a la mierda había algo más. Algo que nunca había visto, algo que me caló tanto que se me quedó enquistado en el corazón. Un sentimiento de superación inmenso, que enterraba toda la nostalgia y tristeza que llevabas tragando tantos meses. Te dije algo así como que la vida era una mierda, que todas las personas que conoces te van a herir irremediablemente, que estamos aquí un rato y que quizá a veces es mejor irse sin que a uno lo echen. Tú asentiste convencido y entonces me abrazaste tan fuerte que me faltó el aire. Y estuvo bien, lo único que desee en aquel momento fue dejar de respirar. ''Lo único que quiero es no acabar cómo tú.'' Me había convertido en todo lo que un buen día había odiado con todo mi ser. El miedo me paralizaba. Me había transformado en alguien incapaz de amar y de querer y llevaba mucho tiempo sin dejar entrar a nadie en mi vida. Estaba enterrada y asfixiada. Sentía una presión en el pecho tan grande que no podía levantarme por las mañanas. Había pérdido tanto tiempo, tanta vida, me sentía tan aterrada... Te mire y recordé aquella niña que solía tener la fuerza de un imperio y hallaba pureza, belleza y verdad en cada momento y en cada persona que meramente se acercaba. Me acordé de mi, y parecían haber pasado cientos de siglos desde aquello. A ratos me doy cuenta de lo difícil que es poder ser entendida por alguien más. Sentir que formas parte de éste mundo, desear volver a crear, desear iluminar el camino de los demás. En aquella esquina del mundo tus palabras se me clavaron en el alma. Hacía frío, íbamos medio drogados y de repente empezó a llover. Decidí que era el momento de irme y, sin previo aviso, me cojiste del brazo y me pegaste de nuevo a ti. Irónicamente, me dijiste ''Londres recomendado cien por cien sólo por conocerte a ti.'' Reí brevemente, cerré los ojos muy fuerte y ésta vez fui yo la que rompió a llorar.
''Aquel que te hace reír sabiendo que estás a punto de llorar
Conocí a mucha gente. Gente en el metro, en los parques, en los pasillos del hospital, en miles de bares, en la mitad de la noche en cualquier calle. Amigos de amigos, conocidos, amores de tu vida, gente a la que no volví a ver jamás. Algunos me contaron sus dramas, historias que se inventaron, otros más frágiles me relataron porqué no querían existir más. Varios años después de aquel inhóspito 13 de Agosto he podido conocer a personas maravillosas. He conseguido entender muchas de esas lecciones escritas en tinta de miles de libros. Escribí mucho. Escribí muchísimo, joder. Cada pensamiento, cada idea, cada atisbo de vida que se posaba en mi ventana cuando en la mañana trataba de despertar. Pensaba mucho, sentía más. Lloraba, saltaba, me tiraba en los charcos. Escuchaba música a todas horas. Sentía tanto que me dejaba ir en cada emoción que recorría cada parte de mi ser. Quería. A cada minúscula persona que compartía su aire conmigo. Me empapaba de ello, de cultura, de recuerdos, de vivencias. Trataba de arropar con las manos cada ínfima parte de todo lo que pasaba por aquel entonces y trataba de saborearlo despacio, tal cual cierras los ojos cuando estás extasiada en el cielo. Eran tiempos difíciles para los soñadores, pero eran bonitos. Hablo en pasado porque he dejado de saber quién soy. Varias vidas después de aquel 13 de Agosto no sé exactamente qué me ocurrió. Había llorado tanto. Había sufrido y había tratado de no caer una y otra vez. Y aún cayendo, siempre quise ponerme en pie, aunque me temblaran las rodillas. Me habían decepcionado tanto. Me volví una persona intransigente, ciega, carente muchas veces de sentido y frecuentamente de ilusión. Me preguntaba dónde estaban la mitad de los detalles que yo misma siempre me encargaba de crear. Me dolía todo el cuerpo. En las mañanas siempre trataba de no despertar. Y poco a poco me dí cuenta de que aquella persona incrédula y maravillosa dejó de existir. Reía menos, dormía más. Un buen día dejé de escribir. Todas las pasiones que antes me estrechaban el alma, no sé muy bien cómo, desaparecieron. Y me encontré en un vacío del que nunca supe, verdaderamente, cómo salir. Todo se transformó en algo carente de sentido, un agujero deshabitado e inhóspito en el que ya no merecía la pena vivir. Sigo hablando en pasado porque nunca volví a saber quién era. Aquella ciudad que tanto había amado empezó a convertirse en una cárcel de la que no podía salir. Me asfixió. El dinero dejó de importarme y al mismo tiempo era la única forma de huir. Empezaron a darme asco la mitad de los días. El amor dejó de salvarme. Mucha gente se marchó. Estuve sola, rodeada de gente, durante mucho tiempo. Aprendí a soportar dolor. Aprendí a callarme, a morirme a ratos, a follar por follar. Aquella versión ingenua y desaforada del amor se convirtió en cenizas. Nunca más volvió a arder. Sólo puedo decir que, aunque lo parece, no todo fueron penas. Toda esa gente maravillosa que conocí me enseñó que el tiempo puede acabarse. Sin más. Un día estás aquí y mañana podrías estar muerto. He visto cómo se moría gente en mis manos y he aprendido que es más importante demostrar que llenar las paredes de promesas. He tenido que pasar página muchas veces y he tenido que dejar a la gente que más quería tirada en mitad de la nada. Le he partido el corazón a gente que jamás lo merecería. He mentido, he engañado, he luchado por hacer de éste un mundo menos horrible y algo más justo en el que vivir. He terminado fracasando la mitad de las veces. Sólo puedo decir que, a pesar de todo, a veces parece que floto en un sueño y no puedo estar más agradecida de estar viva. Escribo en presente porque aún estoy tratando de saber quién soy.
Id como una plaga contra el aburrimiento del mundo.
Mi padre siempre me habló de la rebeldía que veía en mis ojos desde cría. Siempre me contó que, apenas se dormía, yo deambulaba por los pasillos investigando los rincones de aquel extraño y difuso lugar, -y eso que aún ni siquiera podía tenerme en pie-. ´ ''Tenías algo en los ojos'', me dijo un buen día. ''Lo llevabas como adorno en la mirada. Llegaste a éste mundo para crear.'' Y por aquel entonces no lo entendí. No podía vislumbrar lo que aquello significaba. Cuando crecí, siempre que me miraba al espejo, trataba de sonreír. Era un acto instintivo, innato, natural. Lo aprendí en casa. Ocultar todo aquello que hace que el mundo no sea un lugar agradable en el que vivir. Me tiraba horas pensando en todo aquello que me quedaba por ver. Siempre he tenido una sensibilidad especial para mirar el mundo. Unos ojos llenos de anhelo. Unas ganas de vivir que a veces incluso me bloqueaban y me dejaban exhauesta en cualquier esquina. -Sigue la sombra de tu propia alma. Ve sin miedo a conseguir aquello que prende fuego a tu alma.-, leí un día. Y allí estaba en el sofá enfurruñada por cualquier chorrada banal de la edad y una luz me cegó. Éste mundo es tuyo. Cógelo. Contrólalo. Construye tu mundo perfecto. Y quizás, entonces, podrás vivir para siempre.
''Con frecuencia me pregunto si soy yo la que no encaja en este mundo
o es que todos fingimos.
Sumergimos nuestra verdad y salimos a la calle disfrazados de alguien que no somos y derrochamos la vida en este baile de máscaras en el que nadie es quien dice ser.
Con frecuencia me pregunto si merece la pena. Tanta pose, tanta auto censura, tanta doctrina. Tanto miedo, en resumen. Porque es que la libertad y la responsabilidad se parecen tanto.
Y mi instinto me dice que estamos cometiendo un terrible error.
Y mi mente se fuga a otros mundos, subterráneos, privados, secretos.
Y allí se toca con mi alma. Y entonces me pregunto si soy yo la única que inventa fugas.
Y mi instinto me dice que no, que necesariamente debe existir un universo subterráneo de mundos paralelos.
Aislados. Mágicos. Cautivos de sí mismos.
Temerosos de ser descubiertos y a la vez ansiosos por ser encontrados.
Y con frecuencia me digo a mí misma que debe haber alguna manera de conectar.
De mirar a los ojos.
Y vengo aquí y lo escribo.
Y me pregunto si soy yo la única que lo piensa.
Y me alivia saber que obviamente no.
Pero luego salgo a la calle y todo me parece un baile de máscaras en el que nadie es quien dice ser.''