Yo hoy lo que quiero es estar muy pegadita a ti.
Que nuestros pies se acaricien, que nuestros brazos se enreden, que tu piel y la mía se toquen en cada centímetro de nuestro cuerpo hasta que obtengamos la evidencia empírica e incuestionable de que, en fin: ya es imposible estar más pegados.
Y, a partir de ahí, tratar de apretujarnos aún más; desafiando las leyes de la física, de la mesura y esos manuales de montaje conceptuales que dan los cabrones de IKEA.
Porque si todo se derrumba; da lo mismo. Nos hundiremos sobre los restos de ésta cama como si fueran arenas movedizas.
Pero seguiremos pegaditos, que es lo único que yo realmente quiero.
Y vale, ya sé que la ajetreada vida moderna y nuestra extraña tendencia a los desencuentros, al amor, a comernos por las noches y a complicarnos la existencia siempre lo acaban dificultando todo.
Pero en fin, seré sincera; no me importa demasiado.
Si es que a mí me da todo igual con tal de poder estar muy pegadita a ti, mi cielo.
Y hacértelo, follarte hasta hacerte gemir. Hacértelo con mimo, saliva y sangre. Hacértelo con ternura, con sentimiento, con unas ganas locas de perderme en tu boca, en tu piel, en ti.
Follarte hasta que los límites del universo se expandan y la Tierra empiece a retraerse sobre sí misma.
Hacértelo hasta que, al fin, nos despeguemos con violencia y caigamos cada uno sobre nuestro respectivo lado del colchón, temblorosos y jadeantes.
Así, sin más.
Me apetece estar pegadita a ti.
Desnudar a alguien es arrancarle el miedo a volver a sentir.
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