Y entonces sucede. Me apresas con un lazo invisible que sólo puedo sentir yo. O quizá no. Y me miras. Sonríes. Hablas. Te escondes. Me enseñas. Son momentos que tal como vienen se van, aunque indudablemente perduran. En tu mente y en la mía. Y me tocas y huelo como hueles. Y te inventas cosas que no sirven y helicópteros que caen y que no sé construir demasiado bien. Esto es todo lo que hay. Y está francamente bien. Fíjate como ha cambiado todo y sin embargo tú y yo nos silenciamos igual. Es cierto. Se nota la madurez en tu forma de mirarme. Ya no me comes. Sólo me miras. Y eso también está bien. Y ahí nos pasamos las horas con tu música de fondo y con cosas incoherentes. También están las que son demasiado complicadas y sólo mencionamos, ya que no merece la pena arruinar las horas, ni arruinar la tarde. Y si nos vamos volvemos, y si tú me llamas yo voy. Y siempre con tu larga espera. Fíjate que nadie entenderá esto que escribo y aún así necesitaba plasmarlo en algún lado. Es (lo sigue siendo) un placer enredarme en tu compañía y en tus notas una vez más, desde hace tiempo. Ya ves, para estas emociones sólo es necesaria la chispa adecuada.
Jamás tocaré así la guitarra. Y quizá nunca comprenda todo lo que escribes, pero creo que si lo entiendo, por lo menos esta vez. Y no, no voy a dejar algo que no entienda, porque me gusta aprender de ti, me fascinas, aunque haya cosas que no escribas, que las dejes en el tintero y las tenga que leer en tu retina.
Jamás tocaré así la guitarra. Y quizá nunca comprenda todo lo que escribes, pero creo que si lo entiendo, por lo menos esta vez. Y no, no voy a dejar algo que no entienda, porque me gusta aprender de ti, me fascinas, aunque haya cosas que no escribas, que las dejes en el tintero y las tenga que leer en tu retina.
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