Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


sábado, 4 de enero de 2014

Año nuevo.

El mundo es una mierda, sí.
Para qué negarlo.

Definitivamente lo dejo. Lo dejo todo. No quiero saber nada del mundo ni de nadie. Tiro la toalla, ya no aguanto más, me rindo. Estoy cansada de tanta hipocresía, de tanta idiotez, sí, yo que se ve que parezco tan buena y no hago más que darme bofetadas de realidad a mi misma. Te despiertas un día y resulta que es otro año. Vaya, otro año, cuánta felicidad y qué montón de propósitos estúpidos se hace la gente pensando que van a servir para algo. Yo no quiero desanimar a nadie, simplemente creo que es muy probable que las mejores decisiones no sean fruto de una reflexión del cerebro sino del resultado de una emoción. Y las emociones nos dominan. Nos dominan y hacen estragos. Y cómo se paga tanta hipocresía. Escuchar al corazón también tiene sus consecuencias, únicas, sólo tuyas. Digamos que todo el mundo te hará daño de alguna manera, y como dicen, la cuestión es saber por quién vale la pena sufrir. Y resulta que hoy a mi me da igual sufrir. Una sensación de apatía versus hastío me recorre y no sé muy bien como echarla de mis hombros. Es terriblemente triste eso de que el talento dure más que la belleza. Puedo afirmar que ningún daño me dolió tanto como el que causé. Y a veces las personas no nos prestan atención (hablando de una forma metafórica, claro), pero no sé, algo como un vuelco de recuerdos que te destroza. Palabras que son las mismas, muchos reproches, cosas que no te perdonas. El tiempo puede abatirte, el tiempo puede ponerte de rodillas, el tiempo puede romperte el corazón y tenerte implorando piedad. Yo que sé, como si estuviéramos moviendo las teclas del piano y de repente alguien viniera y te dijera: te equivocas porque tocas mal. 






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My madness keeps me sane.