Cuando era más joven, me enamoraba absolutamente de todo.
Cualquier recuerdo, cualquier mínimo detalle, cualquier evocación del mundo que se prestara a hacerme sonreír.
Pero es ahora cuando empiezo a querer de verdad.
Querer a otro, en cierto modo, siempre debería ser un acto de rebelión.
Y, digamos, todos pasamos la época de revelarnos contra el mundo.
Supongo que no podemos estar siempre a merced de esa brisa de hedonismo; esa ardiente necesidad de todo.
O bueno, quizá sí.
De verdad, haced lo que os de la gana.
Yo sólo creo que nos pasamos media vida vagando sin rumbo y la otra fingiendo que lo hacemos con determinación.
Ahora siento que todo es vacuo, insustancial, trivial, carente de relevancia e interés, incluida esta puta mierda que estoy escribiendo.
Yo qué sé, he venido aquí porque no quería estar en ninguna parte.
Solía irme sola, andando y desolada por las calles para que algo en el aire tratara de calmarme.
Y no.
Al final nada te calma.
Quizá no haya nada más triste.
Porque hasta nunca es hasta nunca
pero adiós es.... ¿hasta qué?
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