''Benditas las cosas que no sirven absolutamente para nada ni tienen finalidad productiva definida en el marco de este sistema capitalista de mierda.
Por ejemplo, las dedicatorias de los libros.
O la cándida decoración de las carpetas escolares.
Y es que, desde que naces, parece que tienes que estar todo el día produciendo cosas, apurar cada segundo, multiplicarte, aportar mogollón de valor añadido.
Joder: si lo piensas, es para pegarte un tiro en la cabeza.
Te compras -digamos- una maza hidráulica en el Leroy Merlin y al instante alguien te pregunta: ¿para qué?
O una enciclopedia ilustrada.
O unas zapatillas de ballet.
Y si ya te ven bailando, te preguntarán: ¿por qué? Como si tuviéramos que justificar hasta lo más nimio y circunstancial de lo que hacemos, como si en realidad estuviéramos obligados a ser nuestra propia producción: una suerte de factoría de nosotros mismos.
No sé, yo creo que era hermoso cuando, sencillamente, hacíamos las cosas sin pensar. Sin objetivo. Sin legitimidad. Por ejemplo: apilar cubos de colores sin saber que, a partir de cierta altura, bien podrían pasar por un rascacielos.
O como cuando arrastrábamos sillas por toda la casa.
O como cuando jugábamos al pañuelo.
Incluso esto, esto que estoy haciendo ahora se supone que debería servir para algo. Quizá para encuadernarlo en un precioso libro con descuento. O bien para convertirme en un tipo interesante, alguien que encaje en su nuevo grupo de amigos.
Yo sólo sé una cosa: no es nada fácil crear algo hermoso.
Pero os diré algo: si queréis, si os atravéis a ser enteramente libres, preguntaos por qué hacéis todo lo que hacéis. Tomaos un tiempo. Interrogaos sobre las objetivos, los motivos, las expectativas. Buscad, aislad la finalidad de todas y cada una de las acciones que lleváis a cabo a lo largo de vuestra vida.
Cuando hayáis terminado, meted todo eso en una caja.
Y golpeadla, prendedle fuego.
No tengáis miedo: destruid a esa hija de perra en mil pedazos.''
Jose M. Campos.
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