La luna cambia la cara del cielo. Nacemos con ella. Somos su pavana más querida.
Cuando mi madre murió, todo estaba negro. Salvo la luna. Eso me dijeron, o creí pensar. Por aquel entonces, yo apenas hablaba. Dormía casi todo el tiempo. No pude verla.
La luna era mi madre. No la recuerdo pero está conmigo.
La había perdido al nacer y la había perdido al vivir.
[...] Gracias a la luna, cada nombre tenía un significado especial en mi calendario. De su silencio flotaban palabras que excitaban mi mutismo crónico, un silencio ensordecedor. Inconfesable.
Recuerdo la terrible infancia. Todo eran secretos, llamadas y saltos al vacío. Falsos sueños.
El dolor era la luna.
La página en blanco era la luna.
Mi premonición era la luna.
Nuria Amat
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