Y entonces tú te levantas por la mañana,
oh sí, que gran día te espera, son las siete de la mañana. Las jodidas siete de la mañana y tú querrías despertarte a las diez. Te conformas con las nueve. Incluso las ocho al menos. Y miras el despertador y le dices:
joder, gran cabrón, párate un rato, tan fácil que lo haces cuando tengo que estudiar. Y te levantas, a duras penas y sabiendo que sino lo haces ya no abra otra oportunidad para hacerlo. Y te vas chocando con las puertas y llegas al baño. Abres el agua y te quedas pensando:
que cantidad de litros estoy desperdiciando. Así que te pones a echarte agua como si no hubiera mañana hasta que se te congelan los parpados y del frío tienen que permanecer abiertos. Y te vistes y te vas. Y después de seis horas allí metida firmando papeles de asistencia y perdiendo los que tú tienes, vuelves a casa. Y estás cansada pero te tienes que volver a ir, así que te vas, y andas y andas y andas y al principio lo haces con ganas y bien rápido, y das la puñetera clase de inglés que está en el quinto copón divino y al salir de allí te encuentras cada vez peor. Y compras galletas a ver si algo de azúcar te ayuda a tirar, que llevas muchos días sin dormir bien y a la vez haciéndolo muy poco. Y vuelves a llegar a casa, porque siempre se vuelve a casa, como los anuncios de
por Navidad, pero al igual que antes te vuelves a ir. Lo preparas todo y te vas. Y todos tus destinos son erróneos y al final no haces nada de lo que tenías que hacer, así que harta del día, decides relajarte, cenar y acostarte pronto. Vas a ducharte. Y de repente se oyen voces y quejas y sales de allí y observas agua por todos los lados y más quejas y más voces y más toallas y la fregona que en vez de tragar agua la expande y se está metiendo debajo de los sofás.
Y tú te vas a cargar los muebles, dicen. Tú pones paños y más paños y toallas pero el agua no se va, sino que sale por debajo de los rincones cada vez más,
yo sólo quería cenar y acostarme, si no pedía nada más. Y cuando todo está relativamente seco pero aún puedes matarte, ya que vas descalza, coges un yogur de la nevera y te tumbas en la cama. Por último repites eso que afirman de
Es cierto que hay días que es mejor no levantarse.
Joder, gran cabrón, mañana otra vez a las siete.