Me gusta la sensación de tirarse a la piscina. Es cierto que la mayoría de las veces pecamos de cobardes y no lo hacemos pero, aún así, porque sí, a veces cojo y lo hago. Me gusta eso raro que inunda mi cuerpo en ese instante. Coger y tirarse. Así, sin más, pensando en ti y en la nada. Simplemente empaparse y bucear un rato por el universo. A veces, creo, es bueno tirarse a la piscina. Arriesgarse. Salir corriendo de un sitio para llegar a otro mucho más lejano, subirse a una escalera e intentar trepar la luna, ponerse algo ridículo y salir a la calle a cantar. A gritos. Entre tu cabeza y la piscina siempre habrá algo extraño que te hará sentirte bien, una sensación parecida a la victoria, o la satisfacción de hacer algo que de verdad te gusta, y que se desborda de tu corazón.
Me planté allí, con unas gafas de bucear en la cabeza
y ese vestido que me regaló mi padre antes de morir.
Y sí, todos me miraron como un bicho pero yo,
señores, creo que en mi vida me he sentido tan bien.
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