Me asomé a la ventana y pude divisar toda la eternidad que se camuflaba ante mis ojos, eterna, ávida, surcando los aires y amontonandose en los rincones. Y allí, repleta de ansia de libertad sin trabas quise arrojarme al vacío. La nada que sucumbe a todos mis encantos. Sin embargo, alterando el palpitar de mi corazón alguien me agarró firmemento por los brazos y susurró:
Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos.
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