Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


martes, 11 de septiembre de 2018

A la vida hay que buscarle otra razón.


Conocí a mucha gente. Gente en el metro, en los parques, en los pasillos del hospital, en miles de bares, en la mitad de la noche en cualquier calle. Amigos de amigos, conocidos, amores de tu vida, gente a la que no volví a ver jamás. Algunos me contaron sus dramas, historias que se inventaron, otros más frágiles me relataron porqué no querían existir más.

Varios años después de aquel inhóspito 13 de Agosto he podido conocer a personas maravillosas. He conseguido entender muchas de esas lecciones escritas en tinta de miles de libros.

Escribí mucho. Escribí muchísimo, joder. Cada pensamiento, cada idea, cada atisbo de vida que se posaba en mi ventana cuando en la mañana trataba de despertar.
Pensaba mucho, sentía más. Lloraba, saltaba, me tiraba en los charcos. Escuchaba música a todas horas. Sentía tanto que me dejaba ir en cada emoción que recorría cada parte de mi ser.

Quería. A cada minúscula persona que compartía su aire conmigo. 
Me empapaba de ello, de cultura, de recuerdos, de vivencias. Trataba de arropar con las manos cada ínfima parte de todo lo que pasaba por aquel entonces y trataba de saborearlo despacio, tal cual cierras los ojos cuando estás extasiada en el cielo.

Eran tiempos difíciles para los soñadores, pero eran bonitos.

Hablo en pasado porque he dejado de saber quién soy.

Varias vidas después de aquel 13 de Agosto no sé exactamente qué me ocurrió. 
Había llorado tanto. Había sufrido y había tratado de no caer una y otra vez. Y aún cayendo, siempre quise ponerme en pie, aunque me temblaran las rodillas. 
Me habían decepcionado tanto. Me volví una persona intransigente, ciega, carente muchas veces de sentido y frecuentamente de ilusión.
Me preguntaba dónde estaban la mitad de los detalles que yo misma siempre me encargaba de crear. Me dolía todo el cuerpo. En las mañanas siempre trataba de no despertar. 
Y poco a poco me dí cuenta de que aquella persona incrédula y maravillosa dejó de existir.

Reía menos, dormía más. Un buen día dejé de escribir. Todas las pasiones que antes me estrechaban el alma, no sé muy bien cómo, desaparecieron.
Y me encontré en un vacío del que nunca supe, verdaderamente, cómo salir. Todo se transformó en algo carente de sentido, un agujero deshabitado e inhóspito en el que ya no merecía la pena vivir.

Sigo hablando en pasado porque nunca volví a saber quién era.

Aquella ciudad que tanto había amado empezó a convertirse en una cárcel de la que no podía salir. Me asfixió. El dinero dejó de importarme y al mismo tiempo era la única forma de huir. Empezaron a darme asco la mitad de los días. El amor dejó de salvarme. Mucha gente se marchó.
Estuve sola, rodeada de gente, durante mucho tiempo.

Aprendí a soportar dolor. Aprendí a callarme, a morirme a ratos, a follar por follar.

Aquella versión ingenua y desaforada del amor se convirtió en cenizas. Nunca más volvió a arder.

Sólo puedo decir que, aunque lo parece, no todo fueron penas. 
Toda esa gente maravillosa que conocí me enseñó que el tiempo puede acabarse.
Sin más.
Un día estás aquí y mañana podrías estar muerto.
He visto cómo se moría gente en mis manos y he aprendido que es más importante demostrar que llenar las paredes de promesas. He tenido que pasar página muchas veces y he tenido que dejar a la gente que más quería tirada en mitad de la nada. Le he partido el corazón a gente que jamás lo merecería. He mentido, he engañado, he luchado por hacer de éste un mundo menos horrible y algo más justo en el que vivir.
He terminado fracasando la mitad de las veces.

Sólo puedo decir que, a pesar de todo, a veces parece que floto en un sueño y no puedo estar más agradecida de estar viva.

Escribo en presente porque aún estoy tratando de saber quién soy.











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My madness keeps me sane.