Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


martes, 19 de noviembre de 2019

Flores de otoño.


''Te dicen que madures. Te lo dicen a todas horas y por todos los medios posibles. Te lo dicen en la televisión. Te lo dicen los libros: tan polvorientos, tan sabios. Te lo dicen en tu casa delante de un amargo plato de lentejas estofadas que parece que no se termina nunca. Te lo dicen en la escuela. Luego te lo vuelven a decir en la universidad, fundamentado, esta vez, en algún sistema filosófico de valores y creencias que goza de gran veneración por parte de innumerables sabios en sus áreas de conocimiento y que también viene a decir: madura de una puta vez, chaval.


Te dicen que la vida no es como en las películas. Que todo tiene un principio y un final. Te dicen que uno debe aprender a resignarse, a vivir con lo que tiene, a no desear precisamente aquello que está comenzando a acariciar con la punta de los dedos. Te dicen que hay que aprovechar la oportunidad sólo porque alguien —muy maduro— te la está ofreciendo y no debes defraudarle.


Te dicen que el tiempo corre, que se escapa el tren, que se te pasa el arroz. Te dicen que, hombre, ya está bien, que cada cosa tiene su edad. Te invitan así a entender la vida como una serie de compartimentos independientes y estancos: aquí el trabajo, aquí la familia, aquí una controlada dosis de frenesí en forma de cócteles con aceitunita y luces de colores.


Te encierran en una cárcel de tiempo, en un ritual interminable de relaciones sociales, en un apartamento-exposición de cincuenta metros cuadrados de Ikea, mesa Borgsjö por allí, dosel Fabbler por allá, siempre atento, siempre responsable. ¿Feliz? Bueno, a veces. A fin de cuentas, ¿quién puede asegurar que es feliz del todo? Y siempre con esa sensación, esa sospecha punzante de que tu verdadera vida pasa ante tus ojos mientras tú te dedicas a sonreír cordialmente al público.


Y digo yo, ¿para qué vivimos? ¿De verdad alguien piensa que podemos hacernos merecedores de esta frágil y diminuta porción de tiempo que nos ha sido dada si no la utilizamos para follarnos la vida de cabo a rabo, para pasarnos por la piedra todo lo establecido y poner el mundo del revés?


Madurar: que le follen.


Yo lo que quiero es salir a bailar.''















Merece la pena quien te la quita.







Entonces mi alma te vio y fue algo como...
''Ah, ahí estás. Te he estado buscando.''





Donde no puedas amar, no te demores.



''¿Os habéis fijado en que es imposible encontrar a otro ser humano que no tienda a juzgar permanentemente cada mínimo aspecto de tu vida?
Querer, lo llaman.

Y el caso es que he vivido lo suficiente para saber que todas nuestras certezas son absurdas, arbitrarias y absolutamente prescindibles.

A veces pienso; ¿y si invirtiéramos todo ese tiempo en contar historias, escuchar las de otros o hacernos cosas bonitas con los dedos, los pies o la lengua?

Joder, no habría color.

Pero no: en lugar de eso, seguimos forjando una infinita cadena de culpabilidades con cada ser humano que encontramos a nuestro paso.

Una cadena pesada, dolorosa: casi indestructible.

Vivir, lo llaman.''

No echéis de menos a nadie.
La gente cambia,
se compra libros nuevos,
aprende idiomas,
evoluciona,
crece,
lucha por ser feliz.

Y, a veces,
después
simplemente
desaparece.

Las cosas dejan de importar. 
El problema es que no puedes elegir cuando.








Crónica de un baile sin mi.


[...]

''La cosa comenzó de la siguiente manera: quedándonos sin palabras a la hora del café con tostadas. Nos mirábamos, nos sonreíamos, nos intuíamos. E incluso nos adelantábamos gentilmente a las necesidades del otro acercándonos el azúcar o aquel librito de papel, respectivamente.

Pero qué mierda: ya no había palabras.

Y si las había, si alguno de los dos se esforzaba por llenar aquel silencio, todo lo que salía de su boca tomaba el cariz de un comentario aleatorio sobre el tiempo.

Por ejemplo: yo te decía te amo.

Y tú esbozabas media sonrisa que completabas con esa manera tuya tan graciosa de apartarte el pelo.

O puede que fueses tú la que dijeras: te necesito.

Y yo te abrazaba. Pero no del todo. Quiero decir: te abrazaba mientras me preguntaba secretamente por qué no habías acudido tú a abrazarme.

O por qué habíamos tenido tantos problemas últimamente.

O tratando de recordar si aquella noche te había echado de menos en la cama .

No sé, esa clase de abrazo.

Supongo que, en definitiva, nos volvimos desconfiados. Intranquilos. Apresurados. Recordábamos aquellos días en los que simplemente nos entregábamos el uno al otro como si, de ese modo, nada malo pudiera pasarnos. Y de verdad que intentábamos con todas nuestras fuerzas volver a aquel estado iniciático, aquel tiempo en el que no teníamos que adivinarnos, sino que bastaba con preguntarnos; aquellas tardes de canciones, sexo y poesía en las que ni siquiera nos habían hecho falta las palabras.

Quién sabe; quizá aquello no volviera jamás.

Del resto ni siquiera merece la pena hablar: sólo quedó el despecho.

Todavía recuerdo cuando nos vimos por última vez. Fue extraño: tras tantos meses escondidos, por un instante, al fin pudimos sonreírnos y mirarnos de nuevo a los ojos.

Y casi, casi pudimos tocarnos. Y parecía que tú estabas a punto de decir algo. Y yo quería que lo dijeras para poder decirte algo también. Y el día era claro, hacía frío y se oían caer las hojas movidas por el viento.

Pero bueno: ambos nos recompusimos. Nos dimos la mano. Tú me colocaste el cuello de la camisa. Yo te acaricié el pelo. Y decidimos abandonarnos por conveniencia, madurez y nuestro respectivo miedo a que el otro hubiera dejado de querernos.

En serio os digo: creo que nunca he leído una historia más triste. ''
















Eres lo que superas.


Tuve que desaparecer para no morirme. 
Sé que parece una locura, un disparate, una comedia del absurdo... pero en una ocasión, alguien me hizo tanto daño que desee no despertar más. Sé que parece una necedad, un grito de atención, una mera racha adolescente..., pero en aquel momento, me acosté mil noches llorando todo lo que las lágrimas no podían relatar.

Ay, ojalá duraran para siempre esos silencios.

Creo que todos tenemos nuestros pequeños fantasmas. Cada uno cobija sus traumas, sus cicatrices, sus heridas aún abiertas.

Y no sé, cuando ocurrió todo aquello, me volví un poco catatónica para no sentir nada. Quizá fuera la sensación más placentera que sentía en años; no percibir absolutamente nada. En aquella mente extraña, repleta de caos y desorganización, la mejor sensación del mundo fue no experimentar absolutamente nada.
Supongo que...o me moría emocionalmente, 
o los sentimientos me mataban.

O así lo viví yo.

Mientras duró la tormenta, lo perdí todo. Se me cayeron las cosas de los bolsillos y de la memoria; perdí las llaves, dinero, documentos, nombres, caras, palabras... Aún no sé si fueron secuelas de alguien que me quiso mal o quizá mero azar que se aposentó en mi vida, pero todo aquello tardó en irse y yo andaba totalmente pérdida. Un miedo atroz e insoportable de que se me esfumara la vida entre las manos.

Y dolor. Supongo que nadie viene a contarte todas las malas noches que vas a vivir. Ni a relatarte todas las veces que tendrás que levantarte, aún cuando ya no puedas más.
Ya veis, así de fantasiosa es la vida.

Ésta noche me gustaría contaros algo. He estado dándole vueltas al asunto y sólo puedo sacar una conclusión de todo lo vivido; hay brechas que son insondables. 
Hay cambios en tu vida en los que no existe marcha atrás. Hay momentos tan amargos que se enquistan dentro tuya y no sabrán salir de ahí jamás. 
Para esas personas que sienten más de lo que debieran, para las que lloran más, viven más, sufren más.

Me acuerdo que gritaba como una loca enrabietada, enfurecida, en cólera, con ganas de romper la vajilla, los cristales, y afanándome a la ilusa e inexorable creencia de que todo tiene solución. Me acuerdo de cómo me sujetaban tratando de tranquilizarme y no podía hacer otra cosa más que gritar.
Ay dios, cuánto duele el desencanto. 

Esa es la brecha más dura e intransigente que me he encontrado en la vida; la decepción. 
No hay vuelta atrás, no hay retorno, no hay manera salvable de hacerle frente. Lo desvanece todo, lo disipa, lo estropea todo. Cada pedazo de esperanza que anhelabas queda total y lamentablemente irreconocible. 
Así, sin más; irreparable, pérdido, irremediable.

Y eso fue verdaderamente lo que más dolió. Y... cómo he dicho antes; o me moría emocionalmente...o los sentimientos me mataban. 

Algo así me ocurre en este instante; sentir tantísimo que hay manera alguna de controlarlo, vivir sensaciones que no se pueden apenas ni sujetar, tener en las manos un corazón irrefrenable al que le es insuficiente el mundo entero para detener el desasosiego que le produce perderse, lentamente, en su profundo abismo.

Y ya sabéis; todos tenemos heridas abiertas. Algunas ya están curadas, otras apenas se perciben y las demás, de repente, empiezan poco a poco a sangrar. 

Lo dicho, hay brechas que son como un abismo de grande. 

Sé que lo sabéis; el desencanto. 

Si he aprendido algo a lo largo de todos estos años es que jamás se recibe lo que se da. Supongo que es bastante triste, pero así es la realidad. 
Nunca se recibe lo que se merece, la vida sólo te da lo que te da.

Leí una vez en un libro que decía que la vida, simplemente, es. Algo así como ... nunca será lo que tú quieras que sea ni lo que podrías desear que fuera algún día. La vida, simplemente, es.

Y eso es así. Al final no recibes lo que mereces, recibes lo que recibes. 



''Con frecuencia me pregunto si soy yo la que no encaja en este mundo 
o es que todos fingimos. 
Sumergimos nuestra verdad y salimos a la calle disfrazados de alguien que no somos y derrochamos la vida en este baile de máscaras en el que nadie es quien dice ser.

Con frecuencia me pregunto si merece la pena. Tanta pose, tanta auto censura, tanta doctrina. Tanto miedo, en resumen. Porque es que la libertad y la responsabilidad se parecen tanto. 
Y mi instinto me dice que estamos cometiendo un terrible error.

Y mi mente se fuga a otros mundos, subterráneos, privados, secretos. 
Y allí se toca con mi alma. Y entonces me pregunto si soy yo la única que inventa fugas. 
Y mi instinto me dice que no, que necesariamente debe existir un universo subterráneo de mundos paralelos. 
Aislados. Mágicos. Cautivos de sí mismos. 
Temerosos de ser descubiertos y a la vez ansiosos por ser encontrados.

Y con frecuencia me digo a mí misma que debe haber alguna manera de conectar. 
De mirar a los ojos. 
Y vengo aquí y lo escribo. 
Y me pregunto si soy yo la única que lo piensa. 
Y me alivia saber que obviamente no.

Pero luego salgo a la calle y todo me parece un baile de máscaras en el que nadie es quien dice ser.''











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My madness keeps me sane.