Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


miércoles, 3 de febrero de 2021

No hay mayor libertad que tenerte enfrente.

Tuve tantos momentos felices.

Recuerdo la leve brisa que siempre embriagaba el ambiente. Ese particular aroma a naturaleza en todos los rincones de la ciudad. Andabas por la calle junto a cabinas rojas y de repente, al desviar la mirada un segundo, ahí estaba. Ese olor a bosque, a verde, a vida.  

Recuerdo que me gustaba caminar por las avenidas mientras caía el sol al atardecer. Surcando la zona sur, donde convergen la mayor parte de las avenidas principales, justo bordeando el palacio real a la derecha, había un parque inmenso. 

Aquel sitio era majestuoso. Nunca dejé de maravillarme cuando paseaba al caer la noche; repleto de caminos, de escondites, de animales que saltaban y brincaban entre las flores, boyante de vida, de armonía, de luz.  

Así me sentía yo allí. Los atardeceres me parecían auténticas postales y por las noches el cielo brillaba tan fuerte que parecía mecerte en sus brazos mientras sentías la frescura de la tierra bajo tu propia piel.  

En los meses de Mayo y Junio nacía una primavera suave, y recuerdo pasar muchas noches sentada bajo aquel cielo estrellado mientras la oscuridad comenzaba a embriagarlo todo. Y pensaba en el modo en el que van sucediendo las cosas en la vida. Lo relativo que es todo y lo diminutos que somos en este universo gigantesco.  Y me inventaba cómo aquellas estrellas se movían en el firmamento y nunca permanecían quietas allá arriba. Y reflexionaba acerca del mundo, acerca de lo poco que importaban en aquel momento todos mis patéticos problemas mientras aquellas imperceptibles bolas de fuego se movían a miles de años luz de mí.  

Esas noches me recuerdan a ti. A ese puñado de estrellas esparcidas por el cielo.  

Creo que nunca he escrito nada acerca de esto. Siempre he sentido que tengo más sueños en la cabeza que realidades existen. Recuerdo que pensaba en el poder que poseen las palabras. Las letras, la manera que tenemos de comunicarnos con los demás.  

Voy a contarte porqué te llamo cielo.  

Aquellas noches que pasaba tumbada en ese parque tan enorme... siempre me preguntaba a quién llamaría cielo. Y con la edad que tenía lo tildaba todo de tonos pasteles, inocencia indebida, sexo desenfrenado y mucha pasión. Y recuerdo que soñaba contigo. Fantaseaba contigo sin saber aún quien eras.  Y entonces sentía un escalofrío de plenitud,  una brisa de benevolencia; me imaginaba susurrándote cielo mientras la noche nos achuchaba en sus brazos. 

Te digo cielo por tu inmensidad.  

Te digo cielo porque en ti puedo perderme y volar; 

Porque puedo reencontrarme y reflexionar.  

Te digo cielo porque eres vida y luz.   

Porque eres tranquilidad, porque me meces en la oscuridad y me siento segura.  

Te digo cielo porque brillas con esos ojos que podrían comerse el mundo entero si quisieran.

Me recuerdas a esas noches en mitad de los parques de Londres y a esas canciones que aún ni siquiera tenían tu nombre grabado. Me pasaba las horas mirando el cielo con la música a todo volumen y te juro que a veces cuando me estás besando me transportas a esas sensaciones de nuevo.  

Por eso te llamo cielo.  

Porque yo andaba por la vida y entonces tú. Que sí. Que frío, madrugar, trabajo, tristeza, soledad... pero tú. 

Tu luz, tu eternidad, tu anhelo de sueños eternos. Tu piel, tu sonrisa, tu suavidad. 

Ese cielo en el que me escurría y evadía durante años y años. Y ni siquiera podía imaginar que tus atardeceres eran más bonitos que los míos, pero que aparecerías para llenarlo todo de luz como aquellas noches llenaban de vida mis días y mi tiempo.


Si a pesar de todo te encanta cómo eres, si en el fondo sientes una indulgencia privada y propia, intransferible; si te ríes a escondidas ante la magnitud de tu desastre, si persistes en cagarla con arrojo y valentía, incapaz de ser quien no eres, contra viento y marea, si no tienes otro esquema conductual más que los irracionales dictados de tu corazón, caiga quien caiga, le pese a quien le pese; sino te importa llorar, si sólo sabes matar a besos, si desistes de juzgarte porque para qué; si anhelamos nuestros sueños, si hacemos lo posible por volar en mil pedazos nuestra autoestima, nuestros principios morales, nuestro amor propio y todas esas putas mierdas subjetivas que tan infelices hacen a las personas;  

Si al fin tú y yo conseguimos mirarnos a los ojos, entonces –y sólo entonces, mi cielo- le pueden joder a todo.












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My madness keeps me sane.