Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


martes, 29 de marzo de 2022

Yo seré tu euforia.




Im not scared of the dark.



 

jueves, 24 de marzo de 2022

No eres lo que logras, eres lo que superas.


Hace 7 años me fui a recorrer Praga. 

Un día como hoy, un final tardío de Marzo en el que el sol decidió no levantarse. Unas nubes cubriendo el cielo, unas gotas de vida refrescando el aire.

Después nos fuimos a ver Viena y Budapest, y recuerdo aquel tiempo como una delicada brisa que me acariciaba la piel.

Andábamos las ciudades, bebíamos cerveza en la noche, nos enamorábamos de la vida y del universo día tras día y apenas dudábamos del futuro, creyendo y atándonos a la inexpugnable creencia de que conseguiríamos todo lo que quisiéramos cual si magia fuera.

Dicen que las flores siempre vuelven a florecer, que consiguen nacer entre la tierra, entre los escombros, derribando la propia oscuridad. Que la primavera arrasa con todo; con ese invierno frío y lúgubre, con ese aire gélido que te cala los huesos cada madrugada, con ese llover ahí afuera pero sentir que está diluviando en tu pecho.

Y creo que todo lo que va sucediendo tiene en su propio acontecer un sentido. Una lógica, un trasfondo. Aunque nosotros no sepamos muy bien cual es y lloremos por todo aquello que quisimos o creímos.

Creer, que es como tratar de poseer el destino. 

Querer, que es como tratar de aferrarse a algo que jamás nos ha pertenecido.

A veces hay que abrirse los caminos uno mismo, aunque sólo haya zarzas.  

No me gusta hablar de algunas etapas de mi vida porque se me remueve el dolor. Pero recuerdo que hace 7 años era inmensamente feliz. Viajando, viviendo, creciendo, recorriendo a pasos gigantes mi propia existencia.

Quizá también lo sea los próximos siete.

El promotor más potente de mi vida siempre ha sido mi desfase mental, que anda a trescientos por hora y -sin razón determinada- aún no encuentro manera alguna de callar.

Siempre ideando cosas, planeando futuros alternativos, dejándome soñar en el universo.

Creo que al final todo se resume en tratar de ser eternos.


Como dato: cuando no sé muy bien lo que siento, escribo.

Y la verdad -honestamente- se me da fatal.













A querer nadie te enseña.

 


Es muy probable que las mejores decisiones de nuestra vida no sean fruto de una reflexión de nuestro cerebro sino del resultado de una emoción. 





El otro día alguien me dijo: ningún lugar en el mundo es más triste que una cama vacía.
Paré en seco un segundo y después asentí.
Creo que tienes toda la razón, le dije.


En materia de amor y desamor 
somos como recién nacidos toda la vida.











Un abrazo tan fuerte que te rompa los miedos.

El latido de tu corazón sonaba fuerte, pero nuestros oídos aún no habían adquirido la agudeza para escuchar su música. 

La luna menguante parecía reírse de un chiste que nadie más podía entender y el mar se enredaba entre los dedos de tus pies sin conseguir hacerte cosquillas siquiera.

Aquello no era vida, era algo distinto.

Una forma de estar, sin ser. 

Un modo de ocupar el espacio al borde del tiempo, la torpeza de plantar un pie delante del otro como quien cree que una veleta gobierna la dirección del viento. 

Era subsistir, no más.

Andábamos sin percatarnos de que éramos ciegos hasta el momento en que nos sostuvimos la mirada, hasta que entre tus ojos y los míos se elevó este puente. Entonces fue fácil comprender que nuestros caminos estaban entrelazados desde antes, mucho antes. Esta historia viene trenzándose desde otras vidas, desde la vez que éramos un par de abejas decantando miel sobre las lenguas o desde cuando éramos juglares tañendo la cítara y el laúd.

Pero nos miramos, y a partir de ese instante no pudimos dejar de escuchar la melodía. 

Dentro de nuestro pecho palpitaba un tambor. 

Danzábamos como poseídos por el ritmo de esos latidos y de pronto se nos hizo evidente que cuando la luna nos miraba, se reía con nosotros.

Créeme cuando te digo;


tu y yo


vamos a ser eternos.




Despertar

Es infinitamente revelador cómo vas marcando a cada una de las personas que vas encontrando a lo largo de tu corta e intensa existencia. 

De verdad; todo es significativo, relevante, valioso. 

Cada gota, cada lágrima, cada minúsculo recuerdo. 

Cada beso, cada charla al amanecer, cada paseo por cualquier calle pérdida del mundo. 

Cada mínima persona que tocas y se queda grabada en tu subconsciente y aparece revelada en tus sueños. 

Todo es trascendente, vital.

Mi padre siempre me lo ha dicho muy claro; lo difícil en ésta vida no es coincidir, sino permanecer. 

Y toda la razón. 

Por algún sorprendente motivo que escapa a toda razón conocida, suelo quedarme en la gente. Así, sin explicación alguna. 

Y mirad; hace unas semanas coincidí con un amigo de la infancia que quizá hacía diez años que no veía y casi me hace llorar. Aún recordaba cuando jugábamos juntos de críos en el recreo.

Magia.

Es increíble cómo hay personas que llegan a tu vida y marcan un antes y un después. Gente que quizá llevas conociendo mil años, gente que acaba de llegar, gente que parece que se morirá a tu lado. Gente que te abraza y podría caerse el mundo que a ti no te importaría lo más mínimo. Así como si se tejiesen en el aire de seda todos tus anhelos.

Es hasta sobrecogedor. 

¿Nunca habéis sentido que sois todo un mundo carente de sentido? 

Pues a veces me parece incluso extraordinario. 

Parece ayer cuando sentía la ilusa pero inherente creencia de que podía comerme el mundo. Bendita, suave, preciada e ineludible inocencia. Han pasado muchos años y aquí sigo. 

¿No os parece inconcebible el mero hecho de poder existir? 

Lo demás todo es despertar.



''Eres lo que dices, lo que haces, cómo te comportas y cómo tratas a la gente. 

Eso eres, no lo que dices que eres.''








*




Hagamos de París un jodido infierno, mon amour.


[sólo necesitamos el beso de alguien que no quiera cambiarnos]










 

Vistiendo con sonrisas una larga espera.

Te miraba.

Me acuerdo que te miraba como si nada en la vida tuviera sentido alguno sin esos ojos que me comían, esos ojos postrados, fijos en mí, inmóviles mientras sentía la calidez de tu sonrisa, envolviéndome.

Te miraba. 

Y sólo podía quedarme inmersa en ese surco de esperanza.

Y trataba de descifrarte, de leerte. Siempre que te tenía enfrente, una curiosa e inagotable calidez entre tus manos y las mías, que entrelazadas se agarraban y no querían dejarse ir.

Algo tan turbio, tan nuestro.

Una expresión suprema de cualquier sentimiento comercializado. Un grito de auxilio y protección.

Aquello no era amor, era otra cosa.

Algo que iba tejiéndose desde otras vidas. Algo que parecía no conocer tiempo o distancia. Algo que estaba ahí, que no se iba, que se recomponía en mis entrañas y nacía una y otra vez alzándose más fuerte y candente cada amanecer.

No.

Aquello no era amor.  Era algo más.

Un vínculo invisible, indisoluble, volitivo. Un impulso primitivo hacia un otro escogido desde el alma.

 Un lazo que vincula pero no ata porque es libre.

Un vínculo de voluntad. Y cómo tal, que es radical, sin grados, sin poderse medir. 

Uno quiere o no quiere.

Incluso sin tener ninguna garantía, ninguna expectativa, pese a la alta probabilidad de que todo salga fatal y se convierta en una ristra de reproches, lágrimas y crisis de ansiedad. Uno sigue queriendo, si es que quiere. De una manera inhumana, armónica, casi irreal.

Por algún extraño y maravilloso impulso primitivo.

No sé.  

en resumidas cuentas;

Y de una forma distinta pero delicada, salvaje y sólo mía;

sin importar donde estés tú y donde esté yo;

te amo.



No sé;

Dejaría de escribir 

si supiese 

que con eso 

nada te volverá a doler.




jueves, 3 de marzo de 2022

Al rojo ganador.

 



Qué queréis que os diga: parece como si en nuestro interior hubiese algo —sabe Dios qué —decidido a que la historia continúe más allá de nuestros errores y decisiones. Algo que quizá nos preexista y siga aconteciendo más allá de nosotros y de nuestro paso por el mundo. Una música que no cesa, sin principio ni fin, atronadora y dulce a un tiempo. Los coches, los árboles, un vecino que te saluda por la mañana, la gente caminando en círculos, un laberinto infinito de calles. Quizá sea ésa la verdadera fuerza motriz de la vida: que no existe otra. 

Y que jamás dejará de suceder, indiferente, inapelable, poderosa.

Nos vaya bien o nos vaya mal. Y vale: jode un poco.

Pero también es un alivio. 

Supongo.









Los que aman no hacen pie.


Solía escribir mucho hace unos diez años. 

En una época bastante romántica, desatada e ingenua de mi vida. 

Tenía dieciocho años y lo único que quería era escribir y perseguir un ideal de belleza respecto a la literatura, el amor y mi propia existencia. No cesaba en mi empeño de buscar.

Recuerdo que dedicaba los días meramente a leer, escribir y pasear.

Y paseaba por todas partes, por todas las ciudades, por todos los caminos a los que conseguía acceder.

Recuerdo que paseaba y siempre se hacía de noche. Siempre se desplomaba el sol y me encontraba en algún sitio inhóspito mientras escribía tonterías en mi libreta de colores. 

Creo que la noche siempre me ha dado mucha paz.

Recuerdo que un día llegué a un especie de paraje en el que sólo atisbaba a ver infinidad. 

Y entonces me senté frente a aquel bosque. Las nubes caían como meciendo los árboles y allí me quedé un momento mirando toda aquella inmensidad.

Me preguntaba, como siempre, cual sería el motivo por el que la gente deja de ser quien es.

Quizá banal para muchos, pero creo que para mi tenía toda la trascendencia del ser en aquel momento.

¿Quiénes somos? ¿Qué hacemos aquí? 

¿Qué aportamos en este trocito de tiempo que se nos ha brindado en la historia de la humanidad?

Me gusta pensar que el hecho de escribir de nuevo, en cierto modo, también significa que he podido perdonar a la persona que fui.

Miro el presente con la angustia del pasado y pienso: Qué calma da crecer.

Creo que comprender es aliviar. Creo que cuando empiezas a entenderte realmente empiezas a saber interpretar el mundo que te rodea.

Y ya han pasado diez años desde aquella tarde, y sólo puedo mirarme con cariño y algo de recelo.

En cierto modo a nadie le gusta envejecer demasiado rápido.

Pienso que aquella niña pequeña aún lucha por estar en todos los lados a todas las horas. Es bastante cargante. Pero supongo que a veces siento que quizá por el camino me haya perdido quien soy. Entre idas y venidas, entre dolor, entre soledad.

Desde la distancia, me doy cuenta de que jamás podría volver a escribir esos textos del modo en que están escritos. Digamos que nuestras historias siempre reflejan momentos concretos de un instante determinado. Pero también nos conectan, al recodarlas, con la persona que una vez fuimos y ya no volveremos a ser jamás.

Creo que esas son las historias que merece la pena leer.






No hay descanso para los que sienten.











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My madness keeps me sane.