Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


jueves, 16 de abril de 2020

Always remember us this way.


Aquel día era plácido y el sol acariciaba nuestra piel con un delicado mimo. 

Parecía no haber nadie a nuestro alrededor; los pájaros cantaban, las olas se mecían como si bailaran en campos de algodón, el sonido del mar lo envolvía todo. Aquel azul cristal del agua se reflejaba en el cielo, y esos vaivenes del océano abrazaban todo aquel paisaje que verdaderamente parecía sacado del mismo paraíso.

Sentía el suave tacto de la arena en los dedos de mis pies, y me acuerdo que reparé en ese placer particular que sentía al andar descalza por todos sitios.

Así nos tiramos toda la semana; descalzos. 
Descalzos danzando el uno en el otro. Piel con piel, boca con boca. Bailoteando entre cada rincón de cuerpo y alma que nos quedaba por descubrir. Desnudos, livianos, etéreos, casi a todas horas con los ojos cerrados sintiendo la brisa del mar. Vagamente adormilados; de gusto, de armonía, de placer. Descalzos recorriéndonos cada día, cada noche, cada amanecer. 

Recuerdo estar apoyada en tus rodillas mientras estábamos tirados en mitad de aquel barco y quedarme fija en ti, mientras soñabas. Recuerdo que te miraba, que realmente me quedaba posada en tus ojos, en tus manos, en tu boca, y trataba de descifrarte. Recuerdo cómo medía cada parte de tu cuerpo en mi mente, cómo lo tocaba, y cómo deseaba que toda esa gente que nos rodeaba desapareciera un instante.

Esa sensación de vivir en una pequeña burbuja, contigo. Creada y hecha a nuestra medida, poquito a poco, en aquel barco, en cualquiera de aquellas playas, en las cabañas, en mitad de la noche cuando despertabas porque oías ruidos, al amanecer en aquella isla pérdida del mundo. Una burbuja frágil y delicada, intacta, impenetrable. Porque si alguien trataba de entrar en ella uno de los dos cordialmente lo dirigía a la salida y lo echaba de allí. Un pequeño mundo, nuestra pequeña realidad; dónde daban igual los días, el tiempo, cuantas horas llevábamos en aquella cama o cuantas veces repetíamos las mismas canciones. Daba igual.

Recuerdo que empezaste a hacer bromas acerca de aquella diminuta cabaña y un escalofrío me recorrió la espalda. Me acuerdo de las risas, de tu sonrisa que parecía no agotarse nunca y tantísimo echaba de menos en el desierto. Del agua, de los peces, de aquella inmensidad azul que apenas le hacía sombra a tus ojos. 
Me acuerdo de cada uno de esos momentos y casi me pongo a temblar. Cada vez que me mirabas allí, sentía cada uno de mis latidos en la garganta. Quiero que sepas que a veces me palpitaba tanto el pecho que pensaba que se me iba a salir el corazón. 

Te juro que si se hubiera acabado el mundo mientras te besaba, no hubiera imaginado un final mejor para acabar con todo.

Pensé por un instante en que aquello no podía ser real, -qué locura de lugar- dije para mis adentros, y entonces me giré disimuladamente para observarte un poco más. Me acuerdo que reparaba en ti cómo si fueras un ave que quisiera volar. 
Supongo que te veía así, fuerte, ágil, veloz pero a la vez liviano.

Y allí estabas tú, con tu amada cámara y ese sendero repleto de palmeras frente a ti. 
Y todo aquel montón de gente ofreciéndonos cocos. Olas por todos lados, brisa en la piel, el sol calentándonos otra vez.

Tengo grabado aquel momento en la mente.
Me acuerdo que peleabas con ese coco mientras andabas tranquilamente por la playa. Y sonreías. No puedes hacerte una idea de cómo sonreías. Y yo te miraba, y entonces sonreía yo. Me sentía plena allí. Sentía que cada parte de mi alma estaba tranquila y en paz, que podría haberme quedado a vivir contigo en cualquier cabaña cochambrosa y ver las estrellas todas las noches y el mundo hubiera dejado de importar.
Me sentía maravillada de la suerte que había tenido de encontrarte entre tantos billones de personas. Una sensación mágica, asombrosa, casi irreal. Recuerdo acariciarte cerrando los ojos deseando tratar de detener el tiempo. 
-La eternidad contigo me sabría a poco- pensé.

No sé si eres consciente de que cada trozo de vida ahora está impregnado de ti. De la certeza de que sólo andaba para encontrarte. De que avanzaba sin saberlo buscando tus manos o tu risa. De que realmente no puedo describir todo lo que me haces sentir, y para mi eso ya es haber ganado.

Y, bueno; por si se te olvida en algún momento o en algún lugar. Por si entre tantas idas y venidas resulta que un día te despiertas y aparece en ti una minúscula duda;

Te quiero. 

Y no te lo digo con la boca pequeña. Te quiero porque has transformado cada parte de mi alma y de mi vida, y necesito arroparte por las noches para saber que estás bien. Te quiero porque aquel viaje sólo fue un atisbo de toda una vida llena de ti, y poco a poco me doy cuenta de que no quiero estar en ningún lugar del planeta en el que no estés tú. Que el mundo es una mierda la mayor parte del tiempo pero entonces tú. Que hay días insoportables que no me quiero ni mirar al espejo, y entonces vuelves a aparecer tú. Que no se trata de la distancia ni del tiempo, que no estoy hablando de echar de menos, que todo esto no es sólo producto de toda ésta situación, que simplemente me has hechizado con esos ojos, me has vuelto más sana, más alegre, más real.

Y entonces pienso;
son esos destellos. 
Es por esos destellos en blanco y negro, los que permanecen imborrables en nuestra memoria cuando, al término de toda crisis, somos capaces de tomar distancia y entender el verdadero significado de lo que nos ha pasado.
Y me pregunto para qué.
Porqué han sido necesarios tantos altos en el camino, tantos desvíos y atajos fallidos si nuestros pies, en realidad, siempre quisieron llevarnos hacia el mismo lugar. 

Creo que con frecuencia elaboramos nuestros pensamientos más nítidos y sinceros cuando, imaginariamente, estamos hablándole a otro.

Basta con fijarse un poco: hablar con uno mismo suele dar como resultado una caótica nebulosa de la que nunca se saca nada en claro. En cambio, cuando nos dirigimos a otra persona, aunque no esté, el pensamiento comienza a fluir y, con él, lo más hermoso de nosotros mismos.

La soledad está demasiado idealizada y la necesidad de los demás tristemente denostada. Es el signo de los tiempos. Pero yo creo que es precisamente al revés: por mucho que nos empeñemos, no somos nada sin el otro.

El amor ha de ser algo muy parecido a abrazarte fuerte en mitad de la noche cuando te despiertas.

El paraíso ha de ser algo muy parecido a ti.





Please take me back.










Mi foto
My madness keeps me sane.