Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


lunes, 31 de agosto de 2020

Te enseñaré a dar la vuelta al día en 80 mundos.


La vida es un tren que avanza a toda velocidad en mitad de la noche.
Y realmente tú no sabes ni a dónde vas. 

Un día apareciste ahí, tumbado en aquel asiento desgastado. Mientras un viejo reloj colgado de una pared marcaba los segundos frente a ti, escuchando el ruido del fuerte vaivén del viento que chocaba una y otra vez contra los vagones. 

Y así empezó a pasar el tiempo; mirando por la ventana, durmiendo a ratos, visitando lugares escondidos en mitad de las montañas.

Así seguía todo en calma en ese tren hasta que, sin previo aviso, alguien se subió a el y se sentó a tu lado. 
Sin más. 
Alguien llegó de repente e invadió tu espacio.

Y en ese primer contacto esa persona te saludó tímidamente. Tú esbozaste un cordial gesto con las manos, le miraste a los ojos unos segundos, apartaste la vista, te preguntaste porqué demonios no podía irse a otro vagón. 
Pero sólo al principio, y entonces fijaste la vista otra vez en aquel pueblecito que suavemente fuiste dejando atrás.

Creo que la vida es un poco así; esos caminos que todos recorremos dentro de nuestro propio tren. Esas preguntas, ese gesto amable con el que nos dirigimos al otro, ese quedarnos fijos en un paisaje que poco a poco se escapa ante nuestros ojos. 

Después algo cambia. Porque todo cambia, despacito.
Y ese pequeño espacio personal que llenabas únicamente contigo mismo de repente empieza a llenarse de gestos gentiles y miradas que poco a poco se alargan más y más. 

Y en ese espacio un tanto inhóspito y deshabitado que te inundaba anteriormente de repente empiezan a florecer nuevos gestos, nuevas flores, nuevos caminos.

Yo no soy nadie en el mundo; no considero que tenga una experiencia vital suficiente para influenciar verdaderamente a alguien, pero sí que creo que todas esas personas que van subiéndose y bajándose a nuestro tren son realmente parte de nuestra propia trayectoria de vida y de nuestro viaje.

Y creo que es fundamental también aceptar que no todo aquel que sube va a quedarse durante mucho tiempo. Y que hay gente que aparece en nuestra vida para enseñarnos algo, y luego desaparece. 

Hay gente que se sube en un determinado momento y, unas paradas después, decide que nuestro camino no es el suyo. 

Creo que es ese aferrarse a las cosas lo que nos lanza una y otra contra una pared y nos hace daño.

Pienso que todos estamos muy asustados, que nadie sabe realmente a dónde narices va. Que el tiempo pasa, que todo el mundo aprende un poquito más cada día. Que hay gente que empieza a casarse, a tener hijos, que otros se dedican enteramente al plano profesional... Pero simplemente sospecho que lo importante de verdad es tratar de disfrutar lo más posible dentro de ese tren, con todas las personas que lo habiten durante el tiempo que consideren necesario.

No se puede atar a nadie, pero creo que sí que se puede intentar atrapar todos esos buenos momentos. Quedarte con lo mejor que te dio alguien, agradecer cariñosamente todas esas lecciones que te regalaron, enamorarse una y otra vez de esos instantes en los que te quedabas hechizado en los ojos del otro. 

Y creo que en ese momento podríamos tener la esencia absoluta del porvenir de las cosas. La respuesta a todas las preguntas en la palma de la mano. La candente pero irreal creencia de que el futuro no es más incierto que una noche en un tren . 

Y no verlo. No verlo en nuestra puta vida. 

Todo cambia cuando en tu esquema mental, en ese frágil santuario de certezas y dudas razonables que has construido a lo largo de los años entra, sin quererlo, sin llamar a la puerta, una noche cualquiera, otra persona.

Sería bonito que mientras escribo esto, en este preciso instante, en algún lugar del mundo, alguien estuviera imaginándose conmigo en un tren.





No creo en las casualidades,

pero me pasaría el resto de mi vida

en tu cama.





Ojalá cuando apagues la luz 

nunca te sientas solo.








jueves, 13 de agosto de 2020

Abriendo caminos donde sólo había zarzas.



Pero no era amor. El amor debía de ser otra cosa; un sentimiento equitativo, una serena certeza del otro, follar de un modo más empático y gimnástico, tenerse en cuenta, reducir la ansiedad, acompañarse de la mano a las revisiones médicas. Y no aquel interminable juego de espejos e ilusiones, adivinanzas y psicología inversa, esconderse y desearse, la dolorosa erótica del desplante que impregnaba cada idiosincrasia de nuestra relación. 
No, aquello no podía ser amor. 
Entonces, de repente, dijiste;
-Te quiero. 




''Eres lo que dices, lo que haces, cómo te comportas y cómo tratas a la gente. 
Eso eres, no lo que dices que eres.''











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My madness keeps me sane.