Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


viernes, 21 de octubre de 2022

Se me cosen los labios a ti.

Olvidar que existimos.

 Alguna vez.

Olvidar que alguna vez olvidamos que existimos. 


Rasgar tu lengua con mi saliva. 

Olvidar.

Mi saliva.

Tu lengua. 


Olvidar.

Rasgar.


Sobre tu piel

mi boca tiene más sentido.


Sobre tu boca

mi piel tiene más sentido.


Sobre ti 

la vida

tiene más sentido.






Apodyopsis mental.

 El Diccionario de la Real Academia Española registra más de 88.000 palabras, 

pero ninguna me servía para nombrar ese vacío, 

que frente a aquella inmensidad se me antojaba 

tan

tan

tan

 pequeño.











Yo hoy lo que quiero es estar muy pegadita a ti.

Nos buscábamos, nos sospechábamos, nos dedicábamos canciones, nos enlazábamos a cada instante, saltábamos en la cama. Era invierno. Pero no importaba. Quiero decir: qué más da qué dichosa época del año fuera. 

Los suicidios en otoño.

El romance fallido de finales de mayo. 

Convenciones estilísticas.

Tonterías.

Pero es que en aquella habitación de aquel minúsculo sitio, por así decirlo, el tiempo no existía: si acaso, como una vaga entidad metafísica sobre la que divagar rollo Redes tras amarse largamente con saliva y sangre. En cierto modo, nosotros tampoco. No teníamos conciencia de nosotros mismos más allá de la irrefrenable necesidad de permanecer el uno frente a otro. 

Tampoco teníamos pasado. Ni futuro. Ni dinero. Es más: creo que ni siquiera nos habíamos detenido a preguntarnos mutuamente por esas pequeñas idiosincrasias. Los estudios, la familia, los trastornos de personalidad por dependencia. Daban igual. Un disco y un libro que llevar a una isla desierta. Un color. Un ideal. Una anécdota la mar de divertida sobre una vez que fuiste de pequeño a la playa.

Pero nah: ya le podían follar a esa mierda.

Porque éramos sencillamente nosotros, despojados de todo artificio, desnudos por dentro y por fuera, libres como esos pajaritos que, ajenos a todo orden cívico o moral, vuelan y cagan libremente sobre la cabeza de los transeúntes.

Ser libre y ni siquiera saberlo.

En serio: sólo eso puede ser la libertad.

Porque así pasaron muchas semanas. Y a cada galantería, le seguía una ternura. Y a cada confesión, una promesa. Y al poco volvíamos a desvanecernos sobre las sábanas. No sé: qué sencillo era no ser nada. 

Pero toda historia ha de tener un giro narrativo, supongo.

Y bueno: quizá sin quererlo, quizá por no elegir bien las palabras.

Pero fue al poco cuando nos hicimos el primer reproche.


 Algunas personas fascinan con besos, con palabras y con un tacto que excita hasta la materia más ciega. Son seres humanos que palpitan con la vida sin permitirse descanso.




903

Ayer mi psicóloga me dijo ''lo siento mucho'' tras contarle que se me había muerto un paciente la semana pasada.

No había reparado realmente en ello hasta que después de esas palabras, sin venir a cuento, me eché a llorar. 

Y bueno, respecto a la tristeza, lo primero que hay que decir es que es una auténtica zorra hija de la gran puta.

Que está ahí, sin llamar mucho la atención, sin hacer mucho ruido ni molestarte demasiado hasta que, de repente, un día por la mañana, se pone a dar voces.

También es cierto que, en fin, uno acaba ponderando la situación y quitándole hierro a ese asunto de estar triste. Será cosa de los neurotransmisores, piensas. Y te pones a comer plátanos. 
O bien: sólo es otro ciclo, el eterno retorno de lo mismo, la traicionera dualidad humana, esa amapola negra que guardas en tu interior y nunca termina de marchitarse; el Ello, el Yo, el Superyó: historias profundas y complejas.

Y nada: te asomas a la ventana y subes un poco el volumen de la música.
Cómo si de una varita mágica se tratara, como si subiendo el volumen de la música consiguieras bajar el ruido de tus pensamientos.

Más tarde, vuelves a recapacitar sobre tu tristeza y caes en la cuenta de que, caray, al fin y al cabo es tu tristeza, sólo tuya, completamente distinta a la de todos los demás.

Y hay que reconocer que ese pensamiento siempre le sienta bien al ego: es un must de la supervivencia emocional.

Así que, poco a poco, te animas a conocer un poco mejor tu tristeza: sus pequeñas idiosincrasias, sus idas y venidas, el detalle completo de sus horarios de trabajo y descanso, la ropa que le sienta bien y la que le queda rematadamente mal, sus gestos, su particular forma de hablar, la droga que más le gusta, sus grupos musicales, sus escritores de referencia, su color preferido, que es -digamos- el azul.

Y el día menos pensado, quizá sentada en el sofá mientras ves el Telediario, decides dar el paso definitivo: te deslizas suavemente hacia tu pena, la miras con gesto conciliador y, bueno: os acabáis dando la mano mientras el presentador inicia el repaso de los estrenos cinematográficos.

En definitiva: es posible cogerle cariño a la tristeza.

Y ésa es la movida.

Por eso es tan jodidamente puta la tristeza.








La ridícula idea de no volver a verte.

Resulta que mi abuela, que ya es muy mayor, tuvo la mala fortuna de caerse el otro día y romperse la cadera. 

Y entonces fui y entré muy despacito en la habitación ciento veintiséis del hospital 'La Princesa' y allí me la encontré: sentadita en una silla con la pierna en alto y una cajita de bombones con forma de corazón sobre las manos. 

Un beso en la frente. Una caricia en el pelo. 

Y entonces ella me preguntó, muy indignada, que cuándo la iban a llevar al hospital para operarla y que si había visto que, en la cocina, me había dejado una cazuela con medio pollo asado. 

Y yo le dije: abuela, ya estás en el hospital.  

Ella me miró entonces con un gesto de resignación como de canción ligera española que sólo ella sabe poner, pero al momento cambió la cara y sus ojos se iluminaron como dos luceros de verano: ayer me llamó tu primo y me felicitó por mi cumpleaños. 

Y bueno: mi primo aún no sabe hablar. 

Ni mucho menos llamar por teléfono.

Y lo cierto es que aún queda demasiado para el cumpleaños de mi abuela.

Pero sonreí a duras penas mientras trataba de averiguar qué narices le podía estar pasando a mi abuela por la cabeza esos días, por qué estaba tan desorientada, si acaso no se despertará por las noches y sentirá miedo.

Mi abuela despertándose sola en plena noche y sintiendo miedo: eso sí que me aterroriza.

Síndrome Confusional Agudo, dijo entonces el traumatólogo con chispeante autoridad.

Y agregó: es frecuente en ancianos hospitalizados.

Yo asentí con la misma sonrisa de gilipollas, pero al instante volví a reparar en mi abuela, y en sus manos finas y arrugadas, casi transparentes, con una cánula clavada en el dorso.

Cogí la cajita de bombones y la coloqué sobre la mesilla.

Y se me pasaron millones de cosas por la cabeza. Algunas tristes. Otras tristísimas. También hermosas, de un modo incierto. 

Allí estábamos, mi abuela y yo, mirándonos a los ojos, con la única compañía de una bolsa de suero y una maquinita que emitía pitidos de vez en cuando.

Pero entonces le pregunté: ¿Qué te dijo el primo por teléfono?

Ella se rio: uy, pues muchas cosas. Todas no te las puedo contar, es secreto.

Al escucharla, el traumatólogo emitió una carcajada serena, sonora, profesional, como si ya hubiera visto la misma película cientos de veces.

Me sobrevino una inmensa necesidad de llorar, pero de pronto sonó mi teléfono: uno de esos números largos de centralita que te intentan vender planes de seguros y conexiones de fibra óptica.

Levanté la vista como un rayo:

Mira, abuela, le dije: Llama el primo otra vez para mandarte muchos besos.

Ella sonrió suavemente, con una de esas sonrisas que te acarician el alma. Y acto seguido señaló aquella caja de bombones y me susurró: ésta llévatela tú, que sé que te gustan mucho los bombones.

De corazón, justo en aquel instante, me invadió una sensación muy extraña que me robó hasta la palabra.

Y nada: allí me quedé mirándola un buen rato mientras ella seguía absorta en los pájaros que veía tras la ventana.


'' El verdadero dolor es indecible. 

Si puedes hablar de lo que te acongoja estás de suerte: eso no significa que no es tan importante.

Porque cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos, lo primero que te arranca es la palabra. ''






La época de los disfraces.

Siempre me ha gustado volar a destinos ya conocidos. Esa sensación que me recorre la espalda de apego y bienestar. Cómo cuando abres la puerta de casa y está esperándote alguien que te abraza fuerte.

De entre todas las cosas que más echo de menos de casa, sin lugar a dudas la más notable es la quietud. Ese acontecer sin premura bajo el manto del sosiego y la calma.

Ese tomar café en tu sitio favorito del parque a diez minutos de casa. 

Cuando vuelves a lugares conocidos creo que ya no ves con los mismos ojos ni percibes la distancia de la misma forma. Y entonces te das cuenta de que quizá antes estabas ciego. Todo cobra otro sentido, otro quehacer, otro fulgor.

Me gustar ver como los abuelitos te saludan alegremente por la mañana mientras barren sus puertas cuando apenas ha salido el sol. Ese olor a pan que inunda las calles mientras la brisa te acaricia la cara. Ese escucharte los pies andando mientras comienza suavemente a llover.

Me gusta escuchar a los abuelitos: hablan sin prisa, entornan los ojos, lloran un poquito a veces, dejan que la lluvia los acaricie, se desnudan sin culpa, mezclan la vida con sus propias ensoñaciones y les importa muy poco si te interesa o no.

Son bellas las personas mayores. Me transmiten paz la mayor parte del tiempo.

Creo que el bienestar y la energía se engendran mutuamente. Creo en los detalles. En ese chiste tonto que te hace tu vecino de enfrente cuando necesitas ayuda con la rueda del coche. En ese taparte con una fina manta porque ahí ya no hace frío ni calor. 

Me gusta caminar por calles conocidas mientras ves la bandera de tu país en la lejanía colgada en algún balcón. Me gustan los niños jugando en los parques, en este entretiempo en el que por la mañana es primavera pero al caer la noche vuelve el otoño.

Creo en ese disfrutar cada instante que vas pisando, sin prisas. Creo en ir a por el pan, que supongo que es algo muy de pueblo y que ahora no me puede gustar más. Creo en coger un coche a las cinco y estar a las siete en la playa mojándote los pies. 

Me gusta la vida a fuego lento, como los abrazos. 

Ese abrazo de tu abuela que dice sonriendo que no entiende eso del móvil y que qué mejor que tenerte allí cerca a su ladito.

La época de los disfraces, como la vida. Llena de colores y a la vez terriblemente muerta. 

Siempre pienso en quién seré dentro de 50 años. En si la persona que vamos dejando atrás grita por las noches aliviada al verse de nuevo al espejo.

Si sigo viva, espero estar releyendo estas frases mientras tomo una copa de vino. 

Me gustaría tener la playa cerquita para poder disfrutar del sonido de las olas del mar.





miércoles, 13 de julio de 2022

La mitad de su belleza era su extraña manera de pensar.

Con frecuencia me pregunto si soy yo la que no encaja en este mundo o es que todos fingimos. 

Sumergimos nuestra verdad y salimos a la calle disfrazados de alguien que no somos y derrochamos la vida en este baile de máscaras en el que nadie es quien dice ser.

Con frecuencia me pregunto si merece la pena. 

Tanta pose, tanta auto censura, tanta doctrina. 

Tanto miedo, en resumen. 

Porque es que la libertad y la responsabilidad se parecen tanto. 

Y mi instinto me dice que estamos cometiendo un terrible error.

Y mi mente se fuga a otros mundos, subterráneos, privados, secretos. 

Y allí se toca con mi alma. Y entonces me pregunto si soy yo la única que inventa fugas. 

Y mi instinto me dice que no, que necesariamente debe existir un universo subterráneo de mundos paralelos. 

Aislados. Mágicos. Cautivos de sí mismos. 

Temerosos de ser descubiertos y a la vez ansiosos por ser encontrados.

Y con frecuencia me digo a mí misma que debe haber alguna manera de conectar. 

De mirar a los ojos. 

Y vengo aquí y lo escribo. 

Y me pregunto si soy yo la única que lo piensa. 

Y me alivia saber que obviamente no.

Pero luego salgo a la calle y todo me parece un baile de máscaras en el que nadie es quien dice ser.







Eres lo que superas.

Pedir perdón no es tan difícil como parece, -me dijo-.

Es importante aceptar que podemos equivocarnos. 

En el hospital nos enseñaron a aceptar que podíamos equivocarnos constantemente. 

Había un médico que a veces se equivocaba y siempre aceptó la culpa. El mundo iría mejor si aceptáramos que nos equivocamos, que hemos errado y lo asumimos. 

Mucha gente intenta buscar una excusa a su equivocación; buscar otro culpable, ignorar el problema, quitarse el muerto de encima... pero lo que no conocen es el goce de aceptar la culpa. Un goce que tiene que ver con saber que has tomado una decisión equivocada y que lo admites. Sin más. 

El valor moral que te aporta ser consciente de que has elegido mal, que asumes las consecuencias. 

Él me enseñó que, si yo era capaz de aprender a aceptar algo así, probablemente todas las desgracias que me ocurrieran después en mi vida no serían tan dolorosas. 

Tenía razón.

Para errar hay que arriesgarse. Ocurre a menudo; lo que más ocultas, es lo que mas muestra de ti.

Así aprendí yo a perdonar.








Maybe one day I'll fly next to you.


Creo que cuando uno quiere a alguien, también siente, en gran medida, un escalofrío de completud, una brisa de benevolencia, la sospecha de que tu alma es ahora la más perfecta de entre todas las almas del universo.





Podría ser concisa;

tú y yo separados
estamos mucho más cerca
que otros muchos estando juntos.






''Eres el poema que nunca sé como termina, 
quizás porque no quiero que se acabe.''









Vals 2.0

En las noches llovía tanto que no sabía si el agua caía ahí afuera o es que estaba desbordándoseme el corazón.

Siempre hacía frío. Siempre sentía un frío atronador que me helaba las huesos y me congelaba cada uno de mis pensamientos.

Me ponía música de piano a todo volumen y me imaginaba deshaciéndome en la inmensidad del mar. Sentía cómo mi piel se iba empapando mientras me adentraba en aquella eternidad. Poco a poco, las piernas, el abdomen, esa suave línea que separa los brazos... y sentía como mis manos y mis dedos se sumergían allí, hasta que mis pensamientos desaparecían y yo me hundía a mil metros bajo el mar.

Así me sentía cuando estaba sin ti.

Muerta.

Si es que alguna vez se pudiera experimentar algo similar, podría haber sido aquello.

Dentro de un mundo que no era mi mundo. Inserta en una realidad que no era la mía, donde mis ideas ya no florecían como antes, cuando ya no me quedaban más lagrimas, cuando me tumbaba en la arena y percibía como la brisa me llevaba hasta que caía la noche.

Así me quede allí.

Bajo la calidez de la esperanza, mientras la luna se despertaba y las olas del mar acompañaban mi respiración.

Podríamos hablar de la interminable lista de cosas mal que he hecho en mi vida; las decisiones erróneas, las despedidas innecesarias, el daño al prójimo que infligí... 

No me gusta hablar de las etapas de mi vida porque se me remueve el dolor.

Pero es así.

Uno vive por capítulos y hay que aprender a aceptarlo.

Es verdad aquello; a veces no se encuentra consuelo en nada. 

El dolor, la confusión y la impotencia se hacen tan inabarcables que en verdad crees que estás como ausente porque ninguna palabra del mundo exterior te toca.

Ese seguir huyendo de ti misma mientras los años te pasan por encima.

Ese estar roto por dentro y seguir sangrando las mismas heridas una y otra vez. 

Ese tratar de ocupar el tiempo lo máximo posible para no poder pararte a pensar.

Ese levantarte a las cuatro de la tarde con ganas de vomitar la mitad de tus recuerdos.

El error es mirar lo de ayer con ojos de hoy;

querer que las cosas vuelvan a ser igual

cuando tú ya no eres la misma.

Cómo si se pudieran reciclar los suspiros, cómo si se pudiera dar un primer beso por segunda vez, olvidar lo escrito, narrar tu historia desde un lienzo en blanco.

A veces el miedo también deja una resaca terrible.

En estos días,

días sin paz, 

noches sin luna.

Ningún lugar es mi lugar

y no consigo reconocerme en nada ni en nadie.

Así pues no estoy donde estoy ni dónde estuve.

Dejo mi cuerpo y me voy lejos, a ninguna parte.

Y no quiero estar con nadie,

ni siquiera conmigo misma.


Me doy mucha ternura cuando me hago la valiente 

y me tiembla hasta el alma.






sábado, 25 de junio de 2022

Ikigai





Hace muchos años, cuando aún estudiaba en la universidad y me movía por una fuerza motriz que lo inundaba todo, recuerdo que devoraba libros y me encantaba estudiar y aprender.

Me fascinaban todas las asignaturas, unas más complicadas que otras pero siempre con el mismo ángulo de esperanza y devoción. 

Me recuerdo ávida de ilusión mirando todos los libros y los apuntes antes de empezar primero de carrera.
Recuerdo la mirada de mi padre, que me repetía una y otra vez que me fuera a dormir que ya era muy tarde y ya me hartaría de estudiar.

Después de todos esos años, tantos que parece que han pasado siglos, podría contar millones de cosas que nunca hubiera imaginado ocurrirían.

La enfermería me ha dado todo lo que tengo en la vida. 

Así, digamos que de una forma catastrófica y muy torpe, haciendo referencia a mi misma.

Y a la vez, también, me lo ha quitado todo.

Nadie te enseña cómo vivir la profesión.

Cada experiencia es única y peculiar.  Cada relato es exclusivo del narrador. 

Y he aprendido que debes combatir ese nudo en el estómago, esa eterna ansiedad, esa duda permanente.

Porque en los libros no te hablan de las noches interminables que pasaras en el hospital.
Del maldito dolor de espalda que tendrás. 
Porque nadie te cuenta que vivirás momentos que te llevaran a crisis de ansiedad.
Porque ningún manual te cuenta las sesiones de terapia que vas a necesitar.
Las personas que verás morir.
Los ojos que verás suplicar. 
Porque, si queréis que sea sincera, la enfermería te quita las ganas de luchar la mayor parte del tiempo. 
Dentro de esa vorágine de sufrimiento, agonía y dolor que se muestra ante ti permanentemente.
Porque a veces paras un segundo y te aferras a la idea de que debe haber algo más. algo que tú no puedes percibir ni comprender.
Porque no te cuentan de esos pacientes con los que soñaras, los traumas que verás, los familiares que consolarás, las ganas de salir corriendo que tendrás constantemente.
Recordaré toda la vida a esos dos niños que vi morir en oncología pediátrica, a aquel chico griego que no pudo luchar más, a aquel hombre que me agarró la mano antes de poder descansar.

Pero en la otra cara de la moneda, la enfermería también te regala unas ganas de vivir que no podías siquiera imaginar que existían.

La sanidad te enseña muchas cosas, pero la más importante de todas es que te hace despertar.
Te despierta de ese letargo en el que anda sumergido la mayor parte del mundo.
Te enseña a apreciar.
Te instruye para lo peor.
Te prepara, te curte, te daña.
Te agarra de los hombros y te zarandea con fuerza.
Te mira a los ojos y te grita: ''espabila niña, que la vida es ahora.''
Y entonces comienzas a valorar.
Valoras cada segundo que estás vivo. Valoras todos los abrazos que has podido dar. Valoras que tus padres aún te llaman para saber cómo estás. Valoras todas las veces que has podido decir 'te quiero' sin miedo de que sea el último. Valoras poder respirar.

A grandes rasgos, te pone los pies en el suelo, te quita las tonterías, borra todas las convenciones sociales establecidas e intenta crear la mejor versión de ser humano que podrías llegar a ser.
Parecerá cuento, pero no lo es.

Siempre digo que elegir una profesión así no es sólo el trabajo de tu vida. 
Elegir algo así se convierte en el ángulo central de toda tu jodida existencia.
Aunque no quieras, aunque no te guste, aunque creas que puedes apagar el teléfono e irte a tu casa y ya está.
Porque trabajar con y para los demás se transforma en un estilo de vida, aunque lo detestes.
Todo el tiempo, mientras creces ahí dentro, mientras te vas moldeando, mientras empiezas a ver luces en túneles que ni siquiera eran caminos, y sobre todo, mientras no terminas de entender perspectivas que oyes, mientras no entiendes cómo hay personas que pueden estar tan ciegas.

No obstante, con el corazón lo digo; yo he sido una enfermera horrible en muchos momentos de mi vida.
Porque todo eso que te quita también se convierte en una mochila pesada que cargas sobre tus hombros sin siquiera cerciorarte.
Todos esos momentos que te has perdido, los abrazos a tus padres que no pudiste dar, todas las etapas de estrés y ansiedad que has vivido, todos los traumas que aún no has podido superar.
Al final todo va pesando. 
Y muchas veces quieres dejarlo.

Porque te gustaría tener un trabajo más corriente, con unas horas determinadas, sin tener que sacrificar momentos con los tuyos. Porque también te pesa no saber enfrentarte a muchas cosas para las que ya deberías estar preparado. Porque has tenido que despedirte de compañeros que no pudieron aguantar la presión. Porque te vuelves frío, inhumano, insensible, o por el contrario eres tan vulnerable que todo te devasta y te impacta de una forma violenta e irracional.
Y entonces poco a poco te transformas.
Y no sabes muy bien si la versión de ti que eres ahora mismo te gusta más que la anterior.
Y entonces no duermes por las noches porque te acuerdas de cosas o personas, porque oyes sonidos de alarmas, porque recapitulas que pasó algo que debiste percibir a tiempo.

Y entonces un día sales del hospital, rompes a llorar sin venir a cuento y amaneces al día siguiente con una resaca emocional brutal sin entender muy bien porqué.
Ay, la culpa.

Aunque parezca mentira, una gran lección que me ha enseñado la profesión es a perdonar.
En el hospital siempre nos enseñaban que podíamos equivocarnos.
Que podíamos tener días malos, que somos humanos. 
Que la autoexigencia nos llevaría a la locura. Que a veces la lucha no sería suficiente.
Y que teníamos que aprender a aceptar.

Que no todo estaba en nuestras manos, que la vida mucha veces era injusta. Que la muerte estaba ahí, y no daba tregua a nadie.

Me acuerdo que aquello fue muy duro de aprender. 
Porque esa historia no te la venden de críos. Tus padres no te dicen todas esas cosas que no podrás conseguir, que no serás capaz de tener éxito, que fracasarás una y otra vez.
Nadie te lo cuenta.
Y entonces te cabreas. 
Gritas, te enfadas, pataleas.
Y poco a poco esa ira se va convirtiendo en otra cosa. 

En algo distinto, más liviano y etéreo que la ira, pero infinitamente más triste.
O eso piensas tú.
Aunque ese algo te ayuda a respirar mejor.

Aceptar la resignación. 
Porque muchas veces me he visto envuelta en situaciones de las que me gustaría haber no salido. 
Aquel niño de la cama uno, aquella madre que gritaba en mitad del pasillo, aquel abuelo que quería pagar un tratamiento que no existía...

Habrá muy poquita gente que entienda todo esto. 
Al fin y al cabo, supongo que hay muchos trabajos que se dedican a determinadas cosas que yo sería incapaz de imaginar. 
Por eso siempre digo que cada relato es único. 
Porque hay millones de personas en el mundo y al final todo está condicionado. 
Todo es inherente a tu propio prisma, a tu propia forma de gestionar y dejar de lamerte las heridas y autocompadecerte.

Sin embargo, y aunque parezca todo un sueño extraño, también ardo en deseos de agradecer.
Todo esto también me ha dado la oportunidad de crecer y transformarme en alguien diferente viajando países y explorando nuevas culturas. 
Me ha dado grandes momentos de enfado y frustración que luego se han convertido en enormes lecciones de vida. 
Se me ha brindado la oportunidad de ayudar a las personas, de aliviar el dolor. 
Se me ha regalado un propósito de vida, porque al final te das cuenta de que todo se resume en muy poco y nos complicamos demasiado muy frecuentemente.

La enfermería me ha dado amigos, incontables viajes, risas, lloros, eternos agradecimientos para las personas con las que he compartido situaciones. Me ha premiado, en resumidas cuentas, con una peculiar filosofía de transitar por esta existencia de una forma más madura y más real.

Dejando a un lado las cuestiones absurdas, asumiendo que todos somos mortales y que podemos y debemos equivocarnos para aprender y mejorar.

Desde la distancia, me doy cuenta de que jamás podría volver a ver las cosas del modo en el que las veía antes. Como es obvio, nuestras historias reflejan siempre momentos concretos de nuestra vida. Pero también nos conectan, al recordarlas y transitarlas, con la persona que un día fuimos y ya no volveremos jamás a ser.

Por todo esto y mucho más, que no se podría describir porque hay sensaciones que no tienen letras, y pese a todo para mi niña interior, que siempre anda enredada en alguna pataleta estúpida;
estoy aquí para recordarte que un día decidiste no rendirte.

Así que: hey pequeña, hiciste bien. 

G r a c i a s.












jueves, 16 de junio de 2022

The night we met

A medida que el año llegaba a su fin tuve la oportunidad de compartir momentos con alguien que me enseñó bastante en muy poquito tiempo. En una de nuestras conversaciones, yo le decía que mi prioridad en cada contacto con otro ser humano era cuidar de su corazón.

"Y también cuidar el de uno", me dijo él.

Cuidar también el corazón de uno, resonó en mi mente.

Soltar es aflojar los puños, dar y hacer espacio.

Significa perder el miedo a quedarse con las manos vacías.

Pensé en cierto corazón que llevaba largo rato cargando entre mis manos con la delicadeza de quien acaricia un pajarito herido.

Y entendí que mis manos no son sitio para curar un ala.

Entendí que mis manos no son sitio para enmendar ningún corazón.





Oh, 

do you remember 
when I told you 
that I'd love you 
to the bottom of the sea?...







No eres lo que logras, eres lo que superas.

Era muy tarde y en el cielo había mil estrellas. 

Y allí estábamos tú y yo, esperando cualquier milagro.

Llorabas. 

Creo que nunca antes te había visto llorar. 

De ira, de pura rabia. De injusticia, de apatía por la vida, de soledad. 

Y tus ojos me miraban, arrastrando tristeza de días, de semanas, quizá incertidumbre de cientos de noches.

Y sonreí, y traté de hacerte entender que no todo en la vida tiene un porqué, que hay cosas que vienen, te arrastran y destrozan todo eso en lo que solías creer y amar.

Te abracé. Te abracé lo más fuerte que pude y dejaste caer tus brazos sobre mi espalda, mientras el silencio consumía aquel lugar.

Y entonces me dijiste aquello. Jamás en la vida he podido comprender cómo hay palabras y frases que me marcan tanto y clavan espinas tan dentro de mi ser.

Estar vivo implica sentirte a veces terriblemente solo.

Te miré, soltaste alguna broma de las tuyas y volviste a romper a llorar.

Hacía frío, me quité la chaqueta y te arropé con ella. Me dijiste aquello de ''aquí el tío soy yo, esto debería ser al revés''.

Me reí.

Detrás de aquella faceta de tío duro que siempre llevabas puesta había un niño muerto, aterrado de miedo. Detrás de las risas, de las cervezas, de las bromas, de conquistar tú y yo el mundo, de los viajes, de tus consejos de auto-reflexión y de mandarlo todo a la mierda había algo más.

Algo que nunca había visto, algo que me caló tanto que se me quedó enquistado en el corazón. Un sentimiento de superación inmenso, que enterraba toda la nostalgia y tristeza que llevabas tragando tantos meses.

Te dije algo así como que la vida era una mierda, que todas las personas que conoces te van a herir irremediablemente, que estamos aquí un rato y que quizá a veces es mejor irse sin que a uno lo echen.

Tú asentiste convencido y entonces me abrazaste tan fuerte que me faltó el aire.

''Estar vivo implica sentirte a veces terriblemente solo.''

Me había convertido en todo lo que un buen día había odiado con todo mi ser. El miedo me paralizaba. Me había transformado en alguien incapaz de amar y de querer y llevaba mucho tiempo sin dejar entrar a nadie en mi vida. Estaba enterrada y asfixiada. Sentía una presión en el pecho tan grande que no podía levantarme por las mañanas.

Te mire y recordé aquella niña que solía tener la fuerza de un imperio y hallaba pureza, belleza y verdad en cada momento y en cada persona que se acercaba. Me acordé de mi, y parecían haber pasado cientos de siglos desde aquello.

A ratos me doy cuenta de lo difícil que es poder ser entendida por alguien más. Sentir que formas parte de éste mundo, desear volver a crear, desear iluminar el camino de los demás.

En aquella esquina del mundo tus palabras se me clavaron en el alma.

Hacía frío, íbamos medio drogados y de repente empezó a llover. 

Decidí que era el momento de irme y, sin previo aviso, me cogiste del brazo y me pegaste de nuevo a ti.

Irónicamente, me dijiste ''Londres recomendado cien por cien sólo por conocerte a ti.''

Reí brevemente, cerré los ojos muy fuerte y ésta vez fui yo la que rompió a llorar.





''Aquel que te hace reír sabiendo que estás a punto de llorar

se merece el doble de amor que te da.''






sábado, 21 de mayo de 2022

Mi ángel

 


El milagro que estás esperando eres tú.





Deberíais saber que la gente olvida lo que hiciste, pero no cómo la hiciste sentir.

Deberíais saber que, en el clímax de la tragedia, no se puede pensar muy bien con claridad; todo es ruido de explosiones, cristales rotos, alarmas ensordecedoras.

Deberíais saber que las personas van llegando a tu vida cuando deben llegar.
Por algo, siempre por algo; para salvarte, 
para quererte 
o para destrozarte.

Y lo mejor es que todo eso puede ir por fascículos, uno tras otro. 
Y cuando menos lo esperas o cuando crees que menos lo necesitas; ahí está.
Parece que hay momentos que justifican una vida. 
Supongo que también hay vidas que duran un suspiro.

Que poco a poco el orgullo se desvanece, que comienzas a mirarlo de reojo, a cederle el paso en la puerta de la entrada, a preguntarle si ya ha comido.
Y que entonces queda por delante lo más difícil; decir lo siento sin que suene a melodrama urbano, a canción ligera, a revival de tiempos dorados.
Que no resultará a la primera. Ni a la segunda. Ni probablemente a la tercera. Que para que dos corazones consigan vaciarse de rencor y llenarse de ternura tienen que latir necesariamente a un mismo tiempo. 
Una conexión cósmica, una inexplicable coincidencia de voluntades. Que a veces da un poquito de vergüenza. Que en el momento clave igual te da por estornudar o las palabras empiezan a atropellarse unas a otras al salir de tu boca.

Pero que se te hace un nudo en la garganta cuando al fin vuelves a sentir el calor de su cuerpo.
Un nudo enorme.
Que tú también te echas a llorar y que finalmente te queda clavadito en el pecho el puto melodrama urbano de las narices.

Pero que eso ya no importe en absoluto. Que ya no importe nada, absolutamente nada, salvo que, al fin, estáis de nuevo uno junto al otro.
Tan pegaditos, tan temblorosos, tan transparentes. 
Como si todas las estrellas del cielo, conmovidas, estuvieran encogiéndose muy fuerte mientras os observan desde allá arriba.

Y que resulta que jamás se tiene mucha idea de porqué sucede todo esto.
Que parecemos condenados a encontrarnos y desencontrarnos todo el tiempo. Que a veces necesitamos gritarnos, abandonarnos y herirnos de muerte para recordar cómo era eso de querernos. Que cualquier noche, cuando nos acurruquemos en la cama, quizás ya no haya un mañana. Que ojalá haber sentido mucho antes el calor de tu cuerpo. Que esto siempre acaba resultando una movida complicadísima. Que puede que no convenga pensar demasiado en ello.

Porque esto, sencillamente, es lo único que tenemos. 
 
En el fondo, sólo se escribe por tres razones; 
para que te quieran, 
para pedir perdón, 
o para olvidar. 

Y no tienen por qué ir en ese orden.





3 de Julio del 2021




I'd wait a million more for you.

 


Un día aprendí que tratar de darle forma a lo que sentimos es otra manera de despertar.








Quizá fuera uno de los mejores días de mi vida.





Pura magia

  A los que buscan,

aunque no encuentren.


He visto a mucha gente enamorarse en bares. 

En algunos teatros también.

En estadios de futbol, en colinas llenas de tulipanes como esas postales de Holanda que mandaba mi mejor amiga hacia finales de septiembre. En general, en cualquier rincón lúdico que vinculara diferentes tipos de cerveza y una preciada sintonía musical.

He visto a mucha gente acariciarse con la mirada en todos esos sitios; esa sutil interacción del que quiere sumergirse en besos de la persona amada y ese tímido gesto de inocencia que no es más que el propio miedo erizando cada parte de tu piel.

Siempre me ha parecido bonito; ese primer nexo de unión entre dos seres humanos.

Esa conexión milagrosa en la que miles de moléculas arden en un entramado fabuloso de maniobras químicas. Tus pupilas dilatándose, tus poros transpirando, tu corazón bombeando lo más rápido posible toda tu sangre.

Tus células necesitan más oxígeno. Literalmente.

Y eso me parece una magistral obra de arte. 

La naturaleza en su estado más primario, donde el vínculo con otro ser humano es primario e inapelable.

Precioso.

También pienso que la belleza que acontece en ese instante no es más que el producto arbitrario de la combinación de millones de caracteres genéticos. 

Todo sucede en segundos. 

En un gran silencio, como si la suerte ya estuviera echada. 

Todas las posibilidades abiertas. 

¿Qué hay más hermoso que eso?








martes, 29 de marzo de 2022

Yo seré tu euforia.




Im not scared of the dark.



 

jueves, 24 de marzo de 2022

No eres lo que logras, eres lo que superas.


Hace 7 años me fui a recorrer Praga. 

Un día como hoy, un final tardío de Marzo en el que el sol decidió no levantarse. Unas nubes cubriendo el cielo, unas gotas de vida refrescando el aire.

Después nos fuimos a ver Viena y Budapest, y recuerdo aquel tiempo como una delicada brisa que me acariciaba la piel.

Andábamos las ciudades, bebíamos cerveza en la noche, nos enamorábamos de la vida y del universo día tras día y apenas dudábamos del futuro, creyendo y atándonos a la inexpugnable creencia de que conseguiríamos todo lo que quisiéramos cual si magia fuera.

Dicen que las flores siempre vuelven a florecer, que consiguen nacer entre la tierra, entre los escombros, derribando la propia oscuridad. Que la primavera arrasa con todo; con ese invierno frío y lúgubre, con ese aire gélido que te cala los huesos cada madrugada, con ese llover ahí afuera pero sentir que está diluviando en tu pecho.

Y creo que todo lo que va sucediendo tiene en su propio acontecer un sentido. Una lógica, un trasfondo. Aunque nosotros no sepamos muy bien cual es y lloremos por todo aquello que quisimos o creímos.

Creer, que es como tratar de poseer el destino. 

Querer, que es como tratar de aferrarse a algo que jamás nos ha pertenecido.

A veces hay que abrirse los caminos uno mismo, aunque sólo haya zarzas.  

No me gusta hablar de algunas etapas de mi vida porque se me remueve el dolor. Pero recuerdo que hace 7 años era inmensamente feliz. Viajando, viviendo, creciendo, recorriendo a pasos gigantes mi propia existencia.

Quizá también lo sea los próximos siete.

El promotor más potente de mi vida siempre ha sido mi desfase mental, que anda a trescientos por hora y -sin razón determinada- aún no encuentro manera alguna de callar.

Siempre ideando cosas, planeando futuros alternativos, dejándome soñar en el universo.

Creo que al final todo se resume en tratar de ser eternos.


Como dato: cuando no sé muy bien lo que siento, escribo.

Y la verdad -honestamente- se me da fatal.













A querer nadie te enseña.

 


Es muy probable que las mejores decisiones de nuestra vida no sean fruto de una reflexión de nuestro cerebro sino del resultado de una emoción. 





El otro día alguien me dijo: ningún lugar en el mundo es más triste que una cama vacía.
Paré en seco un segundo y después asentí.
Creo que tienes toda la razón, le dije.


En materia de amor y desamor 
somos como recién nacidos toda la vida.











Un abrazo tan fuerte que te rompa los miedos.

El latido de tu corazón sonaba fuerte, pero nuestros oídos aún no habían adquirido la agudeza para escuchar su música. 

La luna menguante parecía reírse de un chiste que nadie más podía entender y el mar se enredaba entre los dedos de tus pies sin conseguir hacerte cosquillas siquiera.

Aquello no era vida, era algo distinto.

Una forma de estar, sin ser. 

Un modo de ocupar el espacio al borde del tiempo, la torpeza de plantar un pie delante del otro como quien cree que una veleta gobierna la dirección del viento. 

Era subsistir, no más.

Andábamos sin percatarnos de que éramos ciegos hasta el momento en que nos sostuvimos la mirada, hasta que entre tus ojos y los míos se elevó este puente. Entonces fue fácil comprender que nuestros caminos estaban entrelazados desde antes, mucho antes. Esta historia viene trenzándose desde otras vidas, desde la vez que éramos un par de abejas decantando miel sobre las lenguas o desde cuando éramos juglares tañendo la cítara y el laúd.

Pero nos miramos, y a partir de ese instante no pudimos dejar de escuchar la melodía. 

Dentro de nuestro pecho palpitaba un tambor. 

Danzábamos como poseídos por el ritmo de esos latidos y de pronto se nos hizo evidente que cuando la luna nos miraba, se reía con nosotros.

Créeme cuando te digo;


tu y yo


vamos a ser eternos.




Despertar

Es infinitamente revelador cómo vas marcando a cada una de las personas que vas encontrando a lo largo de tu corta e intensa existencia. 

De verdad; todo es significativo, relevante, valioso. 

Cada gota, cada lágrima, cada minúsculo recuerdo. 

Cada beso, cada charla al amanecer, cada paseo por cualquier calle pérdida del mundo. 

Cada mínima persona que tocas y se queda grabada en tu subconsciente y aparece revelada en tus sueños. 

Todo es trascendente, vital.

Mi padre siempre me lo ha dicho muy claro; lo difícil en ésta vida no es coincidir, sino permanecer. 

Y toda la razón. 

Por algún sorprendente motivo que escapa a toda razón conocida, suelo quedarme en la gente. Así, sin explicación alguna. 

Y mirad; hace unas semanas coincidí con un amigo de la infancia que quizá hacía diez años que no veía y casi me hace llorar. Aún recordaba cuando jugábamos juntos de críos en el recreo.

Magia.

Es increíble cómo hay personas que llegan a tu vida y marcan un antes y un después. Gente que quizá llevas conociendo mil años, gente que acaba de llegar, gente que parece que se morirá a tu lado. Gente que te abraza y podría caerse el mundo que a ti no te importaría lo más mínimo. Así como si se tejiesen en el aire de seda todos tus anhelos.

Es hasta sobrecogedor. 

¿Nunca habéis sentido que sois todo un mundo carente de sentido? 

Pues a veces me parece incluso extraordinario. 

Parece ayer cuando sentía la ilusa pero inherente creencia de que podía comerme el mundo. Bendita, suave, preciada e ineludible inocencia. Han pasado muchos años y aquí sigo. 

¿No os parece inconcebible el mero hecho de poder existir? 

Lo demás todo es despertar.



''Eres lo que dices, lo que haces, cómo te comportas y cómo tratas a la gente. 

Eso eres, no lo que dices que eres.''








*




Hagamos de París un jodido infierno, mon amour.


[sólo necesitamos el beso de alguien que no quiera cambiarnos]










 

Vistiendo con sonrisas una larga espera.

Te miraba.

Me acuerdo que te miraba como si nada en la vida tuviera sentido alguno sin esos ojos que me comían, esos ojos postrados, fijos en mí, inmóviles mientras sentía la calidez de tu sonrisa, envolviéndome.

Te miraba. 

Y sólo podía quedarme inmersa en ese surco de esperanza.

Y trataba de descifrarte, de leerte. Siempre que te tenía enfrente, una curiosa e inagotable calidez entre tus manos y las mías, que entrelazadas se agarraban y no querían dejarse ir.

Algo tan turbio, tan nuestro.

Una expresión suprema de cualquier sentimiento comercializado. Un grito de auxilio y protección.

Aquello no era amor, era otra cosa.

Algo que iba tejiéndose desde otras vidas. Algo que parecía no conocer tiempo o distancia. Algo que estaba ahí, que no se iba, que se recomponía en mis entrañas y nacía una y otra vez alzándose más fuerte y candente cada amanecer.

No.

Aquello no era amor.  Era algo más.

Un vínculo invisible, indisoluble, volitivo. Un impulso primitivo hacia un otro escogido desde el alma.

 Un lazo que vincula pero no ata porque es libre.

Un vínculo de voluntad. Y cómo tal, que es radical, sin grados, sin poderse medir. 

Uno quiere o no quiere.

Incluso sin tener ninguna garantía, ninguna expectativa, pese a la alta probabilidad de que todo salga fatal y se convierta en una ristra de reproches, lágrimas y crisis de ansiedad. Uno sigue queriendo, si es que quiere. De una manera inhumana, armónica, casi irreal.

Por algún extraño y maravilloso impulso primitivo.

No sé.  

en resumidas cuentas;

Y de una forma distinta pero delicada, salvaje y sólo mía;

sin importar donde estés tú y donde esté yo;

te amo.



No sé;

Dejaría de escribir 

si supiese 

que con eso 

nada te volverá a doler.




jueves, 3 de marzo de 2022

Al rojo ganador.

 



Qué queréis que os diga: parece como si en nuestro interior hubiese algo —sabe Dios qué —decidido a que la historia continúe más allá de nuestros errores y decisiones. Algo que quizá nos preexista y siga aconteciendo más allá de nosotros y de nuestro paso por el mundo. Una música que no cesa, sin principio ni fin, atronadora y dulce a un tiempo. Los coches, los árboles, un vecino que te saluda por la mañana, la gente caminando en círculos, un laberinto infinito de calles. Quizá sea ésa la verdadera fuerza motriz de la vida: que no existe otra. 

Y que jamás dejará de suceder, indiferente, inapelable, poderosa.

Nos vaya bien o nos vaya mal. Y vale: jode un poco.

Pero también es un alivio. 

Supongo.









Los que aman no hacen pie.


Solía escribir mucho hace unos diez años. 

En una época bastante romántica, desatada e ingenua de mi vida. 

Tenía dieciocho años y lo único que quería era escribir y perseguir un ideal de belleza respecto a la literatura, el amor y mi propia existencia. No cesaba en mi empeño de buscar.

Recuerdo que dedicaba los días meramente a leer, escribir y pasear.

Y paseaba por todas partes, por todas las ciudades, por todos los caminos a los que conseguía acceder.

Recuerdo que paseaba y siempre se hacía de noche. Siempre se desplomaba el sol y me encontraba en algún sitio inhóspito mientras escribía tonterías en mi libreta de colores. 

Creo que la noche siempre me ha dado mucha paz.

Recuerdo que un día llegué a un especie de paraje en el que sólo atisbaba a ver infinidad. 

Y entonces me senté frente a aquel bosque. Las nubes caían como meciendo los árboles y allí me quedé un momento mirando toda aquella inmensidad.

Me preguntaba, como siempre, cual sería el motivo por el que la gente deja de ser quien es.

Quizá banal para muchos, pero creo que para mi tenía toda la trascendencia del ser en aquel momento.

¿Quiénes somos? ¿Qué hacemos aquí? 

¿Qué aportamos en este trocito de tiempo que se nos ha brindado en la historia de la humanidad?

Me gusta pensar que el hecho de escribir de nuevo, en cierto modo, también significa que he podido perdonar a la persona que fui.

Miro el presente con la angustia del pasado y pienso: Qué calma da crecer.

Creo que comprender es aliviar. Creo que cuando empiezas a entenderte realmente empiezas a saber interpretar el mundo que te rodea.

Y ya han pasado diez años desde aquella tarde, y sólo puedo mirarme con cariño y algo de recelo.

En cierto modo a nadie le gusta envejecer demasiado rápido.

Pienso que aquella niña pequeña aún lucha por estar en todos los lados a todas las horas. Es bastante cargante. Pero supongo que a veces siento que quizá por el camino me haya perdido quien soy. Entre idas y venidas, entre dolor, entre soledad.

Desde la distancia, me doy cuenta de que jamás podría volver a escribir esos textos del modo en que están escritos. Digamos que nuestras historias siempre reflejan momentos concretos de un instante determinado. Pero también nos conectan, al recodarlas, con la persona que una vez fuimos y ya no volveremos a ser jamás.

Creo que esas son las historias que merece la pena leer.






No hay descanso para los que sienten.











sábado, 22 de enero de 2022

Lets raise a glass or two.


Pienso que no deberíamos llamarla vida hasta que aprendiésemos a vivirla con valentía. 

Dejándonos llevar, sencillamente, por nuestros apetitos más honestos, prescindiendo de este inexpugnable muro de mecanismos de defensa; mirando a los demás a los ojos, supliendo nuestras carencias con talento y alegría. Caminando, silbando, relativizando bajo el sol de media tarde con la tierna certeza de que -vale- nos costará un poquito, pero cualquier día de éstos por fin aprenderemos a vivir nuestra vida sin el jodido miedo.




                     Quiero hacer contigo lo que la poesía hace con un lienzo en blanco.







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My madness keeps me sane.