Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


sábado, 30 de octubre de 2021

El último día que fuimos amigos, pero al revés.



La primera vez que caí en la cuenta de que le había permitido quebrar algo en mi interior, me encontraba tendida junto a él.

Era mayo y estábamos mareados de tanto dolor.

Soy incapaz de recordar muchas cosas sobre aquella noche, salvo la soledad. 

La noción de tenerlo a mi lado y sentirme sola.

Empecé a llorar como hago cuando no puedo hacer ninguna otra cosa y el muy idiota confundió el vaivén de mis hombros con frío. 

Cubrió mi cuerpo palpitante con una manta hasta que sus dedos se hundieron en mis lágrimas, haciéndole entender la otra clase de frío que me hacía temblar.

Desde que era niña, cada vez que miraba las estrellas les pedía por alguien. Incluso cuando me hice adulta y estaba saliendo con este tipo o el otro, seguía pidiendo lo mismo: alguien.

Desconozco desde cuándo la humanidad ha estado otorgándole a las estrellas la responsabilidad de escuchar y cumplir nuestros deseos. Sólo sé que, desde que nos encontramos, he dejado de pedirle a los astros que cierren la brecha de mi soledad. Porque entendí que querer estar con alguien no es conformarse con cualquiera. 

Que te quieran a su manera ó que no te quieran es la misma porquería con olor distinto, pero el amor también es esto.

«A veces siento que no estoy hecha para el mundo», le decía a mi padre por teléfono hace unos días. «No estoy hecha para vivir en un lugar en el que tenga que desligar mis sentimientos de todo, incluso de mis afectos.»

Porque la cuestión es que yo creo en el amor.

Y creo que el amor quiere durar para siempre, 

aunque no dure.










viernes, 8 de octubre de 2021

Eres el poema que nunca sé como termina...



"Te vas a desenamorar de mí,

muchas veces.

Y no me importa.
Yo no quiero que vivas enamorada de mí.

Lo que me importa es que vivas eligiéndome.

Aunque estés enojada, triste, o agotada.

Que aún así, se acabe el día y digas:

"El, no sé por qué,
pero el. 
Mil veces el."



 No echéis de menos a nadie.
La gente cambia,
se compra libros nuevos,
aprende idiomas,
evoluciona,
viaja por el mundo,
crece,
lucha por ser feliz.

Y, a veces,
después
simplemente
desaparece.





jueves, 2 de septiembre de 2021

Yo seré tu euforia.

 

No se hablan, 

pero cómo se miran.




Me gusta mojarme.
me gusta deleitarme
en tu boca.

Sentirme así,
húmeda
(siempre en el sentido poético).

No sé, 
podría decir algo así como que...
la vida tiene más sentido
cuando te acercas suave
cuando tus dedos me recorren,
cuando tus manos me aprietan contra tu pecho.
Y tu piel me toca
y mis pupilas se dilatan
y el color de mis ojos
podría ser el que tu quisieras. 

Entonces te recuerdo y
se me pasa por la cabeza
regalarte una canción de amor -sin más-
pero de esas que no te dan ganas de llorar.

De esas que solo imploran 
a la vorágine de tus dedos
que nunca se cansen de mi piel
de tu piel junto a mi piel
de tu risa junto a mi risa.

Y de repente, 
así como si nada,
tu lengua me toca
tus suspiros me nublan
tu pelvis se encaja 
perfectamente
y vuelo
suavemente
a otros mundos.

Y si es pegada a ti, mejor.
y si es sobre ti, mejor.
y si es apretando tus labios, mejor.

Qué no diría mi lengua
si mi voz no se quebrara de placer.

Agárrame,
contrólame,
ámame. 

Eres el principio y el fin.

Recórreme,
piérdeme.
Tócame
sin prisa, 
sin pausa
sin tiempo.

Creo que Neruda tenía razón;
Yo cambiaría la primavera
para que tú me sigas mirando.








Tranquilo;
si me voy será sobra una cama y será contigo.













domingo, 29 de agosto de 2021

*







Si pudiera vivir nuevamente mi vida. 

En la próxima trataría de cometer más errores. 
No intentaría ser tan perfecto, 
me relajaría más. 
Sería más tonto de lo que he sido, 
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos, haría más viajes, 
contemplaría más atardeceres, 
subiría más montañas, 
nadaría más ríos.

Iría a más lugares adonde nunca he ido, 
comería más helados y menos habas,
 tendría más problemas reales
y menos imaginarios.

Yo fui una de esas personas que vivió sensata y
prolíficamente cada minuto de su vida; 
claro que tuve momentos de alegría.

Pero si pudiera volver atrás trataría de tener
solamente buenos momentos.

Por si no lo saben,
 de eso está hecha la vida
sólo de momentos; 
no te pierdas el ahora.

Yo era uno de esos que nunca
 iban a ninguna parte 
sin un termómetro,
 una bolsa de agua caliente, 
un paraguas y paracaídas;
 si pudiera volver a vivir, 
viajaría más liviano.

Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar
descalzo a principios de la primavera y seguiría
así hasta concluir el otoño.

Daría más vueltas en calesita, 
contemplaría más amaneceres 
y jugaría más con los niños, 
si tuviera
otra vez la vida por delante.

Pero ya ven, tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.



[Jorge Luis Borges]










La soledad es el único amor posible.


Siete de la mañana, ese calor enfermizo no me dejaba ni respirar.

Pensé en que ya no me apetecían esos turnos interminables sin sentido. Y en que bien podían haber sido las tres de la madrugada, era casi desolador darse cuenta de que en tu interior siempre era de noche.
Sentía que a veces la oscuridad lo inundaba todo. 

Y cuando ese pensamiento se cruzaba por mi mente siempre recordaba aquellas letras... ''Que para mí siempre es de noche... pero ésta noche es todo un atardecer.''

Llegaba a casa y me sentaba un segundo a descansar. Y observaba aquel jarrón de cristal en la lejanía durante unos segundos y pensaba... ¿Para qué?

Creo que sólo comprendemos aquellas preguntas que sabemos responder.

Ya no me apetecía tanto. Parece que empezaban a cansarme las voces, los ruidos, los gritos.

El agua de la ducha me caía encima con tanta fuerza que pensaba que quizá todos esos pensamientos desaparecerían por el desagüe. 
Pero ahí estaban, a mi lado. Día y noche.

Y me tumbaba en la cama y pensaba... ¿Para qué?
Y ya no me apetecía tanto; estar donde estaba, hacer lo que hacía, vivir en esa eterna carencia de sentido. 

Y las ilusiones se tornaban menos ilusiones, las barreras irrompibles comenzaban a romperse y lo que sí que me apetecía de verdad era salir de todo aquello, coger una mochila, un vuelo tonto, tres camisetas y desaparecer de allí.

Lo peor es existir por inercia. Sin reparar en la finitud, en la fragilidad de este misterioso proceso llamado existencia. Y pensaba en que solo somos una infinidad de moléculas que intercambian sustancias químicas y chispazos eléctricos mientras buscan desesperadamente la serenidad mental.

He aprendido que, sino eres coherente contigo mismo, no eres nada. 

Y por eso mismo... en aquellos momentos siempre me preguntaba... ¿Para qué?

Y me apetecía café temprano en alguna plaza bonita llena de luces mientras leía un libro y el frío me helaba las manos. Me apetecían esas agujetas en la tripa de haberme pasado la noche entera riendo a carcajada limpia con los cuatro amigos de siempre. Me apetecía pasear bajo la luna por las calles de la Alhambra mientras descifraba a qué hora cerraba el próximo bar. 

No me apetecían las normas, ni la presión establecida, ni aquellos millones de trámites que no me importaban en absoluto porque... ¿Para qué?

Te dicen que madures. Te lo dicen a todas horas y por todos los medios posibles. Te lo dicen los libros: tan polvorientos, tan sabios. Te lo dicen en tu casa delante de un amargo plato de comida que parece que no se termina nunca. Te lo vuelven a decir en la universidad, fundamentado, esta vez, en algún sistema filosófico de valores y creencias que goza de gran veneración por parte de innumerables sabios en sus áreas de conocimiento y que también viene a decir: madura de una puta vez, niñata.

Te encierran en una cárcel de tiempo, en un ritual interminable de relaciones sociales absurdas y decenas de procesos burocráticos disparatados.

Y siempre con esa sensación, esa sospecha punzante de que tu verdadera vida pasa ante tus ojos mientras tú te dedicas a sonreír cordialmente al público y a apagar maquinas de madrugada.

Y yo pensaba, ¿para qué vivimos? ¿De verdad alguien piensa que podemos hacernos merecedores de esta frágil y diminuta porción de tiempo que nos ha sido dada si no la utilizamos para follarnos la vida de cabo a rabo, para pasarnos por la piedra todo lo establecido y poner el mundo del revés?

Todo lo que me apetecía era aprender a bailar otra vez. Vivir en un ático pequeño en alguna ciudad desconocida mientras aprendía francés. Pasear bajo la luna sintiendo la arena húmeda en mis pies en alguna playa pérdida del mundo donde no me conociera nadie. Incluso tener tiempo suficiente para aprender a cocinar.

Creo que quizá estoy planteando el dilema de manera incorrecta porque, en realidad, irse o quedarse no tienen demasiado sentido cuando uno ya no sabe muy bien donde está.








[sólo necesitamos el beso de alguien que no quiera cambiarnos.]



Once you truly experience a spiritual bond that transcends physicality, 
you will always consciously or unconsciously seek bonds 
that are able to pierce into the deepest layers of your soul, 
and anything less just feels so frivolous.




*




sábado, 17 de julio de 2021

Verba volant, scripta manent

Con frecuencia se habla del desamor desde la perspectiva de quien es abandonado. 

Pero el que se marcha también  se lleva su pedacito de porquería.

Elegir entre la persona que amas o tú es de lo más triste que te pasará jamás.

Al principio, quizá sientas un sincero alivio. 
Caminarás por la calle, sintiendo la brisa en la cara y pensarás: 'Por fin soy libre de todo aquello.'

Pero el desahogo inicial, para los que pensamos nuestros sentimientos, lentamente se revela engañoso y efímero. La ausencia de quien una vez quisiste pronto se llena de algo que no se sabe muy bien qué es.
Reproche, culpa, enfado, pésimos noticiarios, lloros, agua estancada, palabras rotas...

Ésta movida se va haciendo más y más gigantesca -tal es el tamano de la ausencia- hasta adueñarse de todo cuanto eres y de todo cuanto creias ser.

Y caminas por la calle, sintiendo el viento helado en la cara y al final acabas sentada en un banquito, mirando a un lado y a otro, mientras comprendes una de las lecciones más importantes de tu vida:

cuando ya crees que ha pasado todo, 
en realidad te queda absolutamente todo por hacer.


Dime algo bonito.
Nosotros.












viernes, 16 de julio de 2021

Crecer, ese bonito malestar.

En realidad es sencillo: el tiempo lo destruye todo. 

De una manera indiferente e implacable. 
Sin distinciones. 
Sin apenas darte cuenta. 
Incluso de una forma un tanto poética:

La primera decepción. 
El primer instante de manos inexpertas y muslos pubescentes bajo las luces temblorosas de una noche cualquiera. 
El romance fallido.
La dieta fallida. 
El reproche fallido. 
La esperanza que, caprichosa, se coló ayer por la ventana y pellizcó tu corazón. 
El tren que partió al mediodía. 
Los sueños rotos de la infancia. 
La alegría, el despecho, la nostalgia, la inocencia, las drogas que te fumaste. 
El profundo agujero negro en el que caerás mañana. 
Los días, las semanas, los meses que pasarán hasta que te cerciores de que nadie va a venir a salvarte de nada.
La agónica carencia de oxígeno, la insoportable quietud que te empuja una y otra vez a estrellarte los sesos contra la pared. 
Voces de alarma, sirenas de ambulancias, ventiladores pitando. 
Las mentiras que dijiste. 
Todas las veces que te mintieron. 
El perdón que nunca supiste pedir. 
La disculpa que jamás llegó. 


En serio, de verdad, el tiempo se lo folla todo.


El tiempo es un hermoso aliado.






jueves, 15 de julio de 2021

La libertad es un estado de ánimo.

 






https://www.youtube.com/watch?v=ryAW5FVGprw





Lo bonito de algunos muros es que cuando los besas 
se desploman.






Destino favorito: tus (a)brazos.

Siempre son los detalles.

Esos pequeños detalles. 

Ese quedarme dormida en tu pecho mientras intentamos ver la misma película por tercera vez. 
Ese reírte de mi torpeza mientras pierdo cosas a mi alrededor excusándome en mi supuesto 'orden'. Todos esos papelitos por todos lados.
Ese protegerme tan sano que te lleva a desviar la mirada cuando sabes que estoy haciendo algo incoherente.
Esos ojos enormes y azules que compiten con cualquier galaxia del firmamento. 
Ese guiño travieso cuando te pides un zumo de sandía porque te recuerda a mí. 
Esos abrazos que ojalá no terminaran jamás. 
Ese tímido susurro que escribe en el aire; ''El tiempo no tiene suficientes días para separarnos.''

Detalles, diferencias.

El mundo podrá ser la mayor bola de fuego candente del universo y podrá extinguirse el fracaso, la frustración y el desconsuelo que, si no están tus ojos limpiándome la tristeza y abrazándome fuerte en cualquier momento, acabaré igual de derruida y deshecha que siempre.

Me eriza la piel el sonido de tu respiración. Me cautiva cuando leo en tus pensamientos: ''no me gusta que estés triste cuando esta distancia no me deja abrazarte.''

Ya me conoces, fatalizo las situaciones.
Vivo y siento las cosas con una intensidad que podría mover montañas. No conozco el término medio, llevo las emociones a todos los extremos; 
puedo amarte hasta volverme completamente loca o sentir total y absoluta indeferencia.
Es cierto eso, cuando no puedo más, huyo. Soy impulsiva, no tengo control.
No sé estar solo triste. Yo me jodo, me atasco, me derrumbo, me autodestruyo, me destrozo.

De corazón te digo; creo que tú puedes entenderme.
Aunque de repente parezca que levanto torres y murallas entre ambos. Aunque sin más me vuelva fría e impasible. Aunque parezca que me alejo, que desaparezco, que me aislo. 

No podría explicarlo, si sólo pudiera abrazarte en ese momento...
Si sólo en ese justo instante de batalla y caos tuviera el calor de tu cuerpo conmigo. 
Tú y esa forma de recogerme entre tus brazos. 

Todos los problemas que existen en mi cabeza se esfuman cuando me estás abrazando. Tan real... 
Y entonces me gusta acercarme a tus labios mientras leo en tu ojos: 'Preciosa, te haría el amor cada noche de mi vida. ''

Me basta con que tengas claro una cosa.
Aquí estoy, 
contando los minutos para oír tu voz.

Queriendo descolgar la luna contigo.

Me sé de memoria el mapa que forman los lunares de tu espalda. Tanto que pienso que quizá sea la constelación más hermosa que he visto en mi vida, -y mira que me he tirado horas mirando estrellas-. Pero ya no hace falta, estás aquí.

Me sé de memoria esa curva tan bonita que se dibuja en tu sonrisa,
que ilumina el aire,
al agua del mar,
ésta habitación, la tuya y nuestra vida.

Esa bendita curva de tu sonrisa.

Me sé de memoria lo que quieres que te susurre, y cuando quieres que te bese.
Ese punto de éxtasis en el que no puedo respirar
porque sólo puedo verte a ti,
tocarte a ti,
sentirte a ti.

Te dije que tengo miles de canciones ligadas a un recuerdo pero, si te soy sincera, sólo hablaba de ti.
En todas ellas.
Partituras de canciones que se baten en el aire
junto a la luz de tu risa.
Letras que se entremezclan con los latidos de tu corazón. 

Yo que pensaba que no había nada más bonito
que la luna de madrugada,
y entonces tú.

Yo no buscaba nada y de repente te ví.

Menos mal que me llenas la vida de abrazos
y las noches (y los días, las madrugadas)
de besos
qué suerte que tus palabras
qué suerte que tus caricias, tus miradas infinitas,
qué suerte que tú;

y menos mal que no hay nada más poderoso 
ni real
ni bonito
en el mundo entero
que tú.

Seré concisa;
Dejaría de escribir si supiese que con eso nada te volverá a doler.









Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir
desborda el alma.

-Cortázar-






jueves, 8 de julio de 2021

Dicen las estrellas que los fugaces somos nosotros.

Dicen que la vida es un amasijo de decisiones. 

Decisiones que tomamos, decisiones que nos imponen, decisiones en las que inevitablemente nos vemos envueltos.

Y yo me pregunto; ¿No será el destino un compendio enorme de decisiones pasadas? ¿No será que todas esas decisiones, buenas o malas, a las que algún día nos quisimos agarrar están dinamitando este justo instante?

Recuerdo muchas decisiones mal tomadas de mi vida en otro país, pero lo que verdaderamente rememoro es esa sensación extraña de ser arrastrada por una fuerza que apenas sabía reconocer.
Una fuerza ensordecedora; a veces triste, a veces suave y melancólica. 

Recuerdo que pasé mucho tiempo allí y la mayor parte de las veces siempre quería estar en algún otro lugar. 
Siempre con esa sensación de dejarme llevar por el viento helado de aquella ciudad. 
Como una especie de fuerza motriz que hacía que todo girara en torno a ella. 
Un dejarse hacer, un arrastrarse por las circunstancias. 
La percepción de que mi trayectoria estaba equivocada, que estaba errando todo el tiempo y no era capaz de reconducir nada en absoluto.

Cada instante pensaba lo mismo; ‘Seguro que el finde que viene será diferente.’
Y ahí estaba, cualquier noche ciega de amor y alcohol, acabando a las cinco de la mañana en casa de algún desconocido. 

Todo eran luces, casi relámpagos, que no me dejaban poner los pies sobre el suelo y plantarme a decidir. También pensaba, ‘todo esto está pasando por algo’, pero luego inevitablemente me di cuenta de que lo que yo llamaba destino, la vida lo llamaba ineptitud.

Algo parecido a la rutina, un poco de desaliento por todas partes. Un rumbo errático, una dirección equivocada.

Llegaba a aquella estación del Norte y caminaba lentamente hasta la plaza de la bolsa admirando tantísima belleza en esa ciudad… y de repente me veía envuelta en grupos de gente que no me importaban en absoluto. 

Temblaba. Me acuerdo que cuando volvía a Londres siempre llegaba allí temblando. En el tren, en el metro hasta llegar a casa. A veces de emoción, a ratos de desencanto. Y mi mejor amiga siempre me decía lo mismo: ‘Tienes que tomar las riendas de tu propia vida.’

Y yo siempre susurraba: ‘Todo esto está pasando por algo’. 

Y ese algo fueron meses y meses interminables de estar rodeada de gente mientras me sentía increíblemente sola. Allí estaba, bailando, fumando, bebiendo, encima de alguna tarima… y cuando llegábamos a casa apenas podía sostenerme en pie. Y al caer rendida en la cama siempre pensaba… ‘¿Ésta es mi vida? ¿Esto es lo que quiero recordar?'

Y me sentía ajena a mi propia historia. Haciendo cosas que no quería hacer, arrastrándome por las decisiones de los demás. No era cuestión de que yo quisiera o no hacer algo en concreto, no era si ponerme o no un vestido bonito, si salir o no a la pista, si terminar la noche en un sitio u otro… todo aquello que sentía era mucho más trascendental. Era como si fuera una extraña dentro de mi propia vida.

No sé muy bien explicarlo, sé a ciencia cierta que no estoy bien de la cabeza. 
Y sin acritud, tampoco me importa demasiado.

Pero un día aprendí que tratar de darle forma a lo que sentimos es otra manera de despertar. De darle luz a la vida, de transitar por tu propia realidad de un modo más revelador.

Apenas recuerdo a muchas personas que conocí allí, pero sí que recuerdo esa sensación pesada de ser derrumbada por las circunstancias. Daban un poco igual mis deseos o la calidad del momento que yo quería autoexigir, al final siempre acabamos borrachos en cualquier bar a las tantas de la mañana. 
Y entonces volvía a Londres, trabajaba a más no poder durante unos pocos días, esperaba aquel tren en St Pancras Station y vuelta a empezar.

Esa impresión de que la vida se me escapaba de las manos. De que no era capaz de agarrarla y se esfumaba entre mis dedos. Una especie de resistencia al transcurso de la propia existencia.

Y yo no sabía muy bien si debatirme entre la decepción o el resentimiento, pero todo tenía tan poco sentido… y entonces me sentaba en cualquier plaza mientras llovía o incluso nevaba y de repente empezaba a sentirme viva otra vez. 
De cuando aún adoraba la lluvia, esas perlas del trascender. 

Somos nuestras decisiones. 

Creo que me cercioré de que el destino no es más un cuento para críos pequeños y que cada paso que das hacía adelante inevitablemente te resta uno hacia atrás. El doble filo de Mr Nobody.

Así me siento un poco ahora. Apesadumbrada, autoexigida, una batalla campal.
’La chica de las dudas infinitas’’, me decían. Y yo me reía, pensando que todo el mundo estaba exagerando.

Con el tiempo he aprendido que no exageraban. Si acaso, que infravaloraban. 
Una tormenta real dentro de mi cabeza a todas horas, un caos indisoluble.

Recuerdo que lo intentaba acallar todo y que a veces hasta lo conseguía. 

Pero esa sensación jamás desaparecía, sólo bajaba un poco el volumen. Daba igual si cenábamos a la intemperie o si nos quedábamos viendo las luces de colores de aquella majestuosidad. 
Ahí estaba, conmigo, mientras que yo me dedicaba a intoxicarme de sueños, preguntas y dudas.

Ay, mi cabecita.

Supongo que con el tiempo aprendí a hacer migas con ella. A hacerme poco a poco su compañera. 
A cuidarla, a quererla, a comprenderla, a pensar que ese sentimiento de inadaptada en algún momento desaparecería.

Pero nunca lo ha hecho. 

Aquí está conmigo.

Abracémosla fuerte.






Somos solo luz.


Prefiero pensar que enfermedades como el cáncer tienen cura. Para recordar que mi abuelo murió de amor. O de risa. Pero no de esa mierda que lo desgarró por dentro. 

Prefiero pensar que hubo una solución, que el mundo te puede castigar de otras maneras. Para recordar que mientras él yacía en esa silla sólo trataba de soñar y de volar más alto.

Prefiero pensar que el cielo puede quitarte la vida, pero no el cariño. Para recordar que, aunque yo ni lo vislumbre, me vio nacer y me dio la mano al aprender a andar.

Prefiero pensar que todo lo que ocurre en la vida, ha de resurgir en la eternidad. 

Para recordar que, estés donde estés, me estás guardando día a día.

Quiero pensar que puedes tocar mis lagrimas, para recordar que un día estabas aquí.

Y así todo.

Morir de amor o morir de risa.

O morirse de recuerdos.

Supongo que, para ciertas personas, el recuerdo a veces se hace insoportable.









sábado, 3 de julio de 2021

Quitarse el escudo para ganar la guerra.


Uno es de dónde llora, 
pero siempre querrá ir a donde ríe.


Vagábamos por aquel lugar,
dichosos,
pérdidos,
exhaustos
alegres
felices
y oscurecía más y más,
y ya nunca tendríamos ningún hogar adonde ir
porque éramos libres para siempre.



Mientras dure esta música, 
seremos en el aire la flecha.



Diciembre de 1969

Carta de Pizarnik a Silvina Ocampo.

''Quien siente mucho, se jode y no encuentra palabras
y entonces no habla y esa es su condena.''

[...]






Dice que no sabe del miedo de la muerte del amor
dice que tiene miedo de la muerte del amor
dice que el amor es muerte es miedo
dice que la muerte es miedo es amor
dice que no sabe.






Es difícil explicarlo con palabras.

Deberíais saber que la gente olvida lo que hiciste, pero no cómo la hiciste sentir.

Deberíais saber que, en el clímax de la tragedia, no se puede pensar muy bien con claridad; que todo es ruido de explosiones, cristales rotos, alarmas ensordecedoras en todos los rincones.

Deberíais saber que las personas van llegando a tu vida cuando deben llegar.
Por algo, siempre por algo; para salvarte, para quererte o para destrozarte.
Y lo mejor es que todo eso puede ir por fascículos, uno tras otro, y cuando menos lo esperas o cuando crees que menos lo necesitas; ahí está.
Parece que hay momentos que justifican una vida. Vidas que duran un suspiro.

Que poco a poco el orgullo se desvanece, que comienzas a mirarlo de reojo, a cederle el paso en la puerta de la entrada, a preguntarle si ya ha comido.
Y que entonces queda por delante lo más difícil; decir lo siento sin que suene a melodrama urbano, a canción ligera, a revival de tiempos dorados.
Que no resultará a la primera. Ni a la segunda. Ni a la tercera. Que para que dos corazones consigan vaciarse de rencor y llenarse de ternura tienen que latir necesariamente a un mismo tiempo. 
Una conexión cósmica, una inexplicable coincidencia de voluntades. Que a veces da un poquito de vergüenza. Que en el momento clave igual te da por estornudar o las palabras empiezan a atropellarse unas a otras al salir de tu boca.

Pero que se te hace un nudo en la garganta cuando al fin vuelves a sentir el calor de su cuerpo.
Un nudo enorme.
Que tú también te echas a llorar y que finalmente te queda clavadito en el pecho el puto melodrama urbano de las narices.

Pero que eso ya no importe en absoluto. Que ya no importe nada, absolutamente nada, salvo que, al fin, estáis de nuevo uno junto al otro.
Tan pegaditos, tan temblorosos, tan transparentes. 
Como si todas las estrellas del cielo, conmovidas, estuvieran encogiéndose muy fuerte mientras os observan desde allá arriba.

Y que resulta que jamás se tiene mucha idea de porqué sucede todo esto.
Que parecemos condenados a encontrarnos y desencontrarnos todo el tiempo. Que a veces necesitamos gritarnos, abandonarnos y herirnos de muerte para recordar cómo era eso de querernos. Que cualquier noche, cuando nos acurruquemos en la cama, quizás ya no haya un mañana. Que ojalá haber sentido mucho antes el calor de tu cuerpo. Que esto siempre acaba resultando una movida complicadísima. Que puede que no convenga pensar demasiado en ello.

Porque esto, sencillamente, es lo único que tenemos. 
 
En el fondo, sólo se escribe por tres razones; 
para que te quieran, 
para pedir perdón, 
o para olvidar. 

Y no tienen por qué ir en ese orden.




viernes, 7 de mayo de 2021

Y la coraza irrompible, se rompió.


 Me gusta la gente que crea mundos

porque no encaja en éste.





´´ De eso se trata. De coincidir con gente que te haga ver cosas que tú no ves.
 Con gente que te enseñe a mirar con otros ojos. ´´












Te quiero, joder.

 





Recuerdo que una noche mi padre me preguntó 
si sabía cuál era esa sustancia con la que amasamos las estrellas... 
"las lágrimas", me dijo, "cuando uno llora, las luces se ven como si las estuviésemos deformando".

Las lágrimas son esa sustancia conocida con que amasamos las estrellas. 
Después de entender esto nunca más se llora igual.








You look like rain.







Llevo unas cuantas semanas sin poder dormir. 

Empecé a tener pesadillas y han decidido hacerme compañía durante un tiempo. 

Sueño que estoy paralizada a ras de un acantilado y no puedo moverme ni gritar ni escapar. Y allí me quedo, mientras sin sentido aparece sangre por todas partes.

Tú no sabes que a veces me despierto en mitad de la noche y tengo absoluta e irrevocable necesidad de ti. De tocarte, de sentirte a mi lado.

Y ahora que vuelvo a tener pesadillas, en ellas ya no hay monstruos.

Sólo consisten en soñar que estoy sola, 
en cualquier lugar, 
sin ti.

Y cuando me despierto y ahuyento la pesadilla resulta que, efectivamente, 
estoy sola, 
en cualquier lugar, 
sin ti. 

Siempre me ha parecido poético el cariz misterioso que adquiere ese vacío que nos inunda el pecho de vez en cuando. Con esa punzada inesperada que atraviesa hasta el último poro de nuestra piel. No importa verdaderamente el motivo ni el momento; podrías estar regodeándote en la comodidad de tu sofá, tirado en mitad de cualquier ciudad mirando las estrellas, sentado en esa terracita personal a la que te asomas para observar con asombro el vaivén de las olas del mar, tratando de mantenerte despierto tras más de cuarenta horas sin dormir…

Por algún motivo sorprendente que escapa a toda razón; llega y te atraviesa entero.

Cómo una cuchillada, bien adentro. Y de repente ya no puedes respirar.

Qué alegría el despertar.

Me gustaría contaros que a veces vienen ideas a mi mente que hacía tiempo yacían en un terreno muy árido y desolado. Querría explicar cómo todo va cambiando poco a poco y de repente resulta que eres una persona completamente distinta a la que algún día deseaste ser. Alguien totalmente desconocido.

Es hasta sobrecogedor. Esa ilusa, pero inherente creencia de que todo permanece. 

Ay, esos sentimientos que jamás se podrán superar.

¿No os parece inconcebible el mero hecho de poder existir?

Me estoy dando cuenta de que contemplo mi vida desde la angustia de la madurez y pienso; Dios mío, qué más podría pasar. 

Siento hasta escalofríos. Me recorren entera de arriba abajo. 

Probablemente, de todos nuestros sentimientos, el único que no nos pertenezca sea la esperanza. Creo que la esperanza le pertenece a la vida, que es la propia vida defendiéndose.

Y me gustaría releer todo lo que he escrito con los ojos de ese lector apasionado que se enfrasca en encontrar magia entre las letras. Cómo si se le fuera la vida en ello.

Escribir. 

Escribir que es cómo desnudarse completamente delante del otro mientras fija su mirada en ti. 

Escribir que es como cantarle al cielo mientras sabes que no serás capaz de contar todas las estrellas. 

Escribir que es como besar, como el sexo, como los amaneceres perdidos en cualquier playa que sólo te gustaría compartir con la única persona que te ha importado en la vida. 

Escribir que es como desangrarse, cómo dejar que la sangre vaya fluyendo hacía fuera y cómo sentir que te vas quedando más y más vacía. 

De sangre, de oxígeno, de vida. 

Eso me han recomendado hoy; escribir. 

Volver a escribir.

Todo esto me recuerda a aquello de… ‘’¿Dónde está la canción que me hiciste cuando eras poeta? – Terminaba tan triste que nunca la pude empezar.’’

¿Por qué dejamos de escribir? ¿Ese vacío se hace más y más grande cada vez?

¿Os habéis fijado que es imposible encontrar otro ser humano que no tienda a juzgar permanentemente cada mínimo aspecto de tu vida?

Querer, lo llaman.

El caso es que creo que he vivido ya un poco para saber que todas nuestras certezas son absurdas, arbitrarias y absolutamente prescindibles. 

A veces pienso; ¿Y si invirtiéramos todo ese tiempo en contar historias, escuchas las de los otros o hacernos cosas bonitas con los pies, los labios o la lengua?

Joder, no habría color. 

Pero no. 

En lugar de eso, seguimos forjando una infinita cadena de culpabilidades con cada ser humano que encontramos a nuestro paso. 

Una cadena pesada, dolorosa; casi indestructible.

Escribir, también lo llaman.

Y me gustaría escribirte todas las letras que sé que nunca leerás, me gustaría verte asomado en el marco de la puerta mientras hago tonterías o pinto o bailo o me caigo encima del sofá de lo torpe que soy. Querría poder contarte tantas cosas, ser valiente para poder susurrarte tantos secretos. 

Pero a pesar de mi escepticismo siempre me ha quedado algo de superstición. Por ejemplo, esa extraña convicción de que todas las historias que en la vida ocurren tienen además un sentido; significan algo. Que la vida, con su propia historia, dice algo sobre sí misma, que nos desvela gradualmente algunos de sus secretos. Que todo está ante nosotros cómo si de un acertijo a resolver se tratara. Que las propias historias que construimos son fruto de nuestros instintos más primarios.

Hay que amarse. 

Hay que amarse y hay que escribirlo bien alto. Hay que besarse; en los labios, en las manos, en todas partes. 

Si existe alguna experiencia a la que aún estoy aprendiendo a sobrevivir, podríamos hablar del amor. 

La pequeña muerte.

No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo de nuestro ser. A lo más alto de nuestros deseos. Cuando nos arranca gemidos y quejidos, cuando nos arrebata voces de dolor, alegrías y gritos. 

Pequeña muerte, llaman en Francia, a la culminación del abrazo; que rompiéndonos nos junta y 
perdiéndonos nos encuentra.

Muy grande ha de ser, pienso, si matándonos nos hace renacer una y otra vez. 

Fue fácil echarte de menos cuando no te conocía. Pero aquello era mentira, tus dedos aún no habían rozado mi piel. 

Y recuerdo cómo rozabas mi piel, dibujando caminos. 
Solías quedarte dormido entre mi pecho. Y yo desmayada; de amor y de tragedia. 
Descalzos, desnudos. 
En la cama de los buenos momentos. 
Haciéndote cosquillas, haciéndote reír, 
bebiéndome esos momentos y grabándolos cómo si de una obra de arte se tratara. 

Recuerdo aquello de ‘en una habitación llena de arte, aún seguiría mirándote únicamente a ti.’

Creo que el arte es la mayor expresión de la propia esperanza.

No quiero que me entendáis, 

estoy sentada en una terraza después de cuarenta horas sin dormir y sin venir a cuento me he puesto a llorar.

Casi me ahogo entre mis propias lágrimas.

Supongo que necesitaba escribir.

Escribirte.

Ya sabéis, 

Mi mayor conflicto siempre he sido yo misma. 









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My madness keeps me sane.