Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


miércoles, 3 de julio de 2019

El año en que aprendí a confiar.







Coger un avión a Vietnam un miércoles por la noche. Escribir un relato en un vagón mugriento camino a Varsovia a las seis de la mañana. Reír. Tratar de componer una canción con un piano sin teclas. Empaparme hasta los huesos viendo a Coldplay en cualquier estadio de Londres. Montar a caballo persiguiendo cascadas. Mudarme a seis mil kilómetros de mi familia. Viajar a tres países distintos en menos de quince horas. Perdonarme a mi misma. Recorrerme todas las calles de Marruecos caminando. Maravillarme de París. Recordar. Tatuarme libertad en la espalda. Perder todos los papeles importantes de la universidad. Irme de fiesta con una desconocida en Alemania. Echar mucho de menos a mi padre. Probar la tarta Sacher del hotel más caro de Viena. Olvidar a muchas personas. Contemplar las auroras boreales en Tromso desde el mirador más espectacular que he visto en mi vida. Aceptar otro contrato de trabajo. Soñar. Viajar a un país en mitad de una guerra. Tener mucho (mucho) miedo -de mi misma-. Pillar un billete sólo de ida a Arabia Saudí. Querer. Volver a respirar.


Madurar.


Todas esas cosas que haces sin pensar y merecen tanto la pena.









No hay comentarios:

Publicar un comentario

Mi foto
My madness keeps me sane.