Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


martes, 19 de noviembre de 2019

Eres lo que superas.


Tuve que desaparecer para no morirme. 
Sé que parece una locura, un disparate, una comedia del absurdo... pero en una ocasión, alguien me hizo tanto daño que desee no despertar más. Sé que parece una necedad, un grito de atención, una mera racha adolescente..., pero en aquel momento, me acosté mil noches llorando todo lo que las lágrimas no podían relatar.

Ay, ojalá duraran para siempre esos silencios.

Creo que todos tenemos nuestros pequeños fantasmas. Cada uno cobija sus traumas, sus cicatrices, sus heridas aún abiertas.

Y no sé, cuando ocurrió todo aquello, me volví un poco catatónica para no sentir nada. Quizá fuera la sensación más placentera que sentía en años; no percibir absolutamente nada. En aquella mente extraña, repleta de caos y desorganización, la mejor sensación del mundo fue no experimentar absolutamente nada.
Supongo que...o me moría emocionalmente, 
o los sentimientos me mataban.

O así lo viví yo.

Mientras duró la tormenta, lo perdí todo. Se me cayeron las cosas de los bolsillos y de la memoria; perdí las llaves, dinero, documentos, nombres, caras, palabras... Aún no sé si fueron secuelas de alguien que me quiso mal o quizá mero azar que se aposentó en mi vida, pero todo aquello tardó en irse y yo andaba totalmente pérdida. Un miedo atroz e insoportable de que se me esfumara la vida entre las manos.

Y dolor. Supongo que nadie viene a contarte todas las malas noches que vas a vivir. Ni a relatarte todas las veces que tendrás que levantarte, aún cuando ya no puedas más.
Ya veis, así de fantasiosa es la vida.

Ésta noche me gustaría contaros algo. He estado dándole vueltas al asunto y sólo puedo sacar una conclusión de todo lo vivido; hay brechas que son insondables. 
Hay cambios en tu vida en los que no existe marcha atrás. Hay momentos tan amargos que se enquistan dentro tuya y no sabrán salir de ahí jamás. 
Para esas personas que sienten más de lo que debieran, para las que lloran más, viven más, sufren más.

Me acuerdo que gritaba como una loca enrabietada, enfurecida, en cólera, con ganas de romper la vajilla, los cristales, y afanándome a la ilusa e inexorable creencia de que todo tiene solución. Me acuerdo de cómo me sujetaban tratando de tranquilizarme y no podía hacer otra cosa más que gritar.
Ay dios, cuánto duele el desencanto. 

Esa es la brecha más dura e intransigente que me he encontrado en la vida; la decepción. 
No hay vuelta atrás, no hay retorno, no hay manera salvable de hacerle frente. Lo desvanece todo, lo disipa, lo estropea todo. Cada pedazo de esperanza que anhelabas queda total y lamentablemente irreconocible. 
Así, sin más; irreparable, pérdido, irremediable.

Y eso fue verdaderamente lo que más dolió. Y... cómo he dicho antes; o me moría emocionalmente...o los sentimientos me mataban. 

Algo así me ocurre en este instante; sentir tantísimo que hay manera alguna de controlarlo, vivir sensaciones que no se pueden apenas ni sujetar, tener en las manos un corazón irrefrenable al que le es insuficiente el mundo entero para detener el desasosiego que le produce perderse, lentamente, en su profundo abismo.

Y ya sabéis; todos tenemos heridas abiertas. Algunas ya están curadas, otras apenas se perciben y las demás, de repente, empiezan poco a poco a sangrar. 

Lo dicho, hay brechas que son como un abismo de grande. 

Sé que lo sabéis; el desencanto. 

Si he aprendido algo a lo largo de todos estos años es que jamás se recibe lo que se da. Supongo que es bastante triste, pero así es la realidad. 
Nunca se recibe lo que se merece, la vida sólo te da lo que te da.

Leí una vez en un libro que decía que la vida, simplemente, es. Algo así como ... nunca será lo que tú quieras que sea ni lo que podrías desear que fuera algún día. La vida, simplemente, es.

Y eso es así. Al final no recibes lo que mereces, recibes lo que recibes. 



''Con frecuencia me pregunto si soy yo la que no encaja en este mundo 
o es que todos fingimos. 
Sumergimos nuestra verdad y salimos a la calle disfrazados de alguien que no somos y derrochamos la vida en este baile de máscaras en el que nadie es quien dice ser.

Con frecuencia me pregunto si merece la pena. Tanta pose, tanta auto censura, tanta doctrina. Tanto miedo, en resumen. Porque es que la libertad y la responsabilidad se parecen tanto. 
Y mi instinto me dice que estamos cometiendo un terrible error.

Y mi mente se fuga a otros mundos, subterráneos, privados, secretos. 
Y allí se toca con mi alma. Y entonces me pregunto si soy yo la única que inventa fugas. 
Y mi instinto me dice que no, que necesariamente debe existir un universo subterráneo de mundos paralelos. 
Aislados. Mágicos. Cautivos de sí mismos. 
Temerosos de ser descubiertos y a la vez ansiosos por ser encontrados.

Y con frecuencia me digo a mí misma que debe haber alguna manera de conectar. 
De mirar a los ojos. 
Y vengo aquí y lo escribo. 
Y me pregunto si soy yo la única que lo piensa. 
Y me alivia saber que obviamente no.

Pero luego salgo a la calle y todo me parece un baile de máscaras en el que nadie es quien dice ser.''











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My madness keeps me sane.