Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


sábado, 13 de mayo de 2017

Flor de otoño.


''Vivo al día.

Tan al día que mi trabajo del lunes es la comida que comerá mi familia el miércoles. Literalmente.

No me quejo, lo he elegido yo.

Podría montármelo de otra manera. Ya lo he hecho otras veces: contrato fijo, horario fijo, sueldo fijo, hipoteca variable, calefacción central, plaza de garaje, ropa de temporada, vacaciones de verano. Y, vale, entonces no tenía que apurar al máximo la reserva de gasolina del coche de cuarta mano que conduzco ahora, pero y qué. En realidad estaba muerta.

No me interesa el dinero. Apañarme con lo justo no supone un problema para mí. Es más, reconozco que encuentro placer en la sobriedad. Que siempre fui un poco asceta. Que me abruma la opulencia y me siento extrañamente digna y agradecida ante la frugalidad de una cena a base de pan, un poco de queso batallero y algún tomate. Así que no hay ningún mérito en ello.

Lo que sí es importante para mí es poder hacer lo que me dé la gana. Eso nadie te lo paga. Darle a mi insignificante existencia el sentido que yo quiera. Tener todo mi tiempo disponible. Porque la muerte está a la vuelta de la esquina y no hay más oportunidades. Holgar, vagar, fantasear, inventar. Vaciar la existencia de horarios, atascos, méritos, convenciones y rutinas: itinerarios carentes de significado para mí, trazados por algún ente abstracto mucho antes de que yo llegara. Burlar lo establecido. Desprogramar mi mente y conectar mi cuerpo con lo que en ella habita. Reconocerme cuando me miro al espejo. Eso —cuando lo consigo— sí es mérito mío.

Así que vivo al día, porque el tiempo es la única sustancia de la que está hecha la vida. Y la mía no está en venta.''






Habrá verano en Enero. No lo olvides.












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My madness keeps me sane.