Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


jueves, 2 de julio de 2020

Algún día tendremos que pedirnos disculpas por todo esto.


La noche cayó sobre aquel cielo estrellado y llevaba unas cuantas cervezas de más. Recuerdo que andaba por la calle cuesta arriba y el frío me helaba los pensamientos. 
Recuerdo que buscaba ángeles en mitad de aquella ciudad pérdida repleta de lucecitas de Navidad.
Las calles olían a almendra, había muchos niños jugando en los parques, en las paredes se dibujaban árboles de diferentes formas y había una abuelita comprando flores en algún portal.

Nunca hice la cuenta, cogí tantas veces ese tren que aquella estación parecía ser mi casa. Te estuve esperando un buen rato sentada en aquellas escaleras y recuerdo que me puse a reflexionar acerca de la pena que me daba cerciorarme de que nada permanece. 

Era tarde, hacía frío. El prólogo de mi vida.

Unos minutos después te vi aparecer; parecía que el mundo seguía su curso alejado del tiempo e incluso de nosotros mismos. Y entonces me pregunté si la vida no era una terrible sucesión de momentos que inevitablemente desaparecen. 
Si lo que hemos vivido o estamos viviendo en este justo instante no lo recordaremos dentro de algunos años con un poco de anhelo, miedo y cierta melancolía elevando una copa de vino en alguna terraza en mitad de la nada.
Si todo ese esfuerzo invertido que empleamos en alguien realmente merece la pena si la vida continúa y probablemente todo desaparezca un día sin más. 

Te saludé alegremente y me obligué a dejar de pensar. Así emprendimos el camino cuesta abajo mientras esa brisa helada me cortaba las ganas de vivir. 

Me acuerdo de aquellas escaleras porque fuí muchas más veces a esa ciudad, y solía pasarme allí las tardes pensando, cuando ya no estabas. Y cuando volví todo empezó de la nada a empañarse de un cariz apesadumbrado al que finalmente también me acostumbré. Me recordé a mi misma tiempo atrás. 

Y pensé; ¿así es todo? ¿De esto se trata? ¿De acostumbrarse? ¿De seguir caminando sin apenas vislumbrar el rumbo? 
Qué valor le otorga el tiempo a cada persona en tu vida.

Y ahora me pregunto; ¿Cómo sabes si quieres a alguien? O... por decir; ¿Cómo sabes si lo has querido? ¿Cómo sabes que no te estabas engañando, anestesiándote...?  ¿Cómo sabes si no son todo procesos cíclicos que vas repitiendote una y otra vez? ¿Cómo sabes si lo que sientes no es una mezcla extraña de soledad, anhelo y alguna letra tonta de algún disco?

Se nos olvida que somos reemplazables, que nadie es imprescindible, que puedes un día despertar y desaparecer, o que desaparezcan. Que cuando menos lo esperas, todo vuelve a empezar. Aunque no quieras.

He aprendido que las personas van llegando a tu vida cuando deben llegar.
Por algo, siempre por algo. 
Para salvarte, para quererte o para destrozarte.
Y lo mejor es que todo eso puede ir por fascículos, uno tras otro, y cuando menos lo esperas o cuando menos lo necesitas; ahí está.

Parece que hay momentos que justifican una vida.
Y vidas que duran un suspiro.

En el fondo, sólo se escribe por tres razones; para que te quieran, para pedir perdón, o para olvidar. Y no tienen por qué ir en ese orden.




Estar vivo implica sentirse a veces terriblemente solo. 

La imagen puede contener: texto


"Te vas a desenamorar de mí,
muchas veces.

Y no me importa.

Yo no quiero que vivas enamorado
de mí.

Lo que me importa es que vivas
eligiéndome.

Aunque estés enojado, triste, o agotado.

Que aún así, se acabe el día y digas:
"Ella, no sé por qué,
pero ella. 
Mil veces ella."








No hay comentarios:

Publicar un comentario

Mi foto
My madness keeps me sane.