Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


lunes, 29 de enero de 2024

Bullets and flowers


Hace ya algún tiempo, me pasó algo -algo no muy bueno- que cambió mi vida para siempre.

No voy a dar los detalles concretos porque, en realidad, podríais coger como ejemplo cualquier inconveniente cotidiano y absurbo que vivais vosotros.

Pero lo que sí os contaré es la conclusión a la que llegué después de todo el proceso: 

que me voy a morir.

Y que, en realidad, no sabemos, no tenemos una consciencia plena en relación al hecho inexorable de la muerte.

Sí, es verdad: hablamos de ella, hacemos chistes e incluso a veces sentimos su aliento -poned aquí el complemento que queráis, yo estoy muy habituada a ello debido a mi profesión- cuando observamos cómo se cierra el ataúd, entre cipreses y crisantemos, sobre la cara de algún allegado random.

Con gesto muy, muy circunspecto.

Pero no, no llegamos a concebir el hecho cierto de la muerte. 

De otro modo, ¿cómo se explica que sigamos aquí haciendo el gilipollas, recorriendo el mundo sin salirnos ni un pasito del camino que ya han marcado otros, pagando hipotecas, diseñando brillantes carreras profesionales, sintiéndonos culpables cuando no llegamos a fin de mes? 

La culpa.

¿Cómo se explica entonces la culpa? ¿Y la piedad? ¿Cómo es posible que, si lo único que nos ha sido dada es esta existencia infinitamente efímera y frágil, dediquemos un sólo segundo de nuestra vida a sentir que hemos fracasado? Pero sí precisamente el hecho de que estemos aquí y ahora es un triunfo: nuestro único puto triunfo. 

El resto, simplemente, está por escribir. 

Podemos ser cualquier cosa que queramos: filósofos, anarquistas, ciclistas, carpinteros, asesinos en serie. Podemos follarnos el mundo de cabo a rabo, ponerlo todo del revés, destruirlo todo y comenzar de nuevo. Podríamos caminar, si de verdad lo deseamos, sobre la mismísima tumba de los reyes. 

O intentarlo, al menos.

Al fin y al cabo, ¿a quién debemos rendir cuentas? ¿A los tiranos? ¿A los jueces? ¿A nuestros maestros y padres? Todos van a morir. ¿A la democracia, a las leyes, a las buenas formas? Morirán con nosotros. Y con nosotros, nuestra absurda manía de rendirnos cuentas a nosotros mismos.

Se cierra finalmente el círculo. Propongo, pues, que adelantemos acontecimientos: ya nadie nos mira, salvo las estrellas. Y a las estrellas, sinceramente, les importamos muy poco. Poquísimo.

Así que liémosla muy parda. Tan parda como sea posible.

Incluso más.

Porque el mejor regalo que nos ha hecho la vida es la muerte. 

Y la certeza de que nadie, absolutamente nadie, se acordará de nosotros. 

Dicho de otro modo: seamos.

Tenemos la coartada perfecta. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Mi foto
My madness keeps me sane.