Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


jueves, 13 de febrero de 2014

Que nadie te ahogue el corazón.

Me arde la garganta y me lloran los ojos.
Es increíble como te atraviesan las palabras en unos segundos y te hacen añicos. Como un jarrón de cristal frágil que alguien golpea sin querer y revienta en el suelo. Mil pedazos. De la nada.
No me gusta hablar de las etapas de mi vida porque se me remueve el dolor. Pero es así. Uno vive por capítulos y hay que aceptarlo. En esa cómica injusticia somos dos críos pataleando contra monstruos imaginarios. La única diferencia es que para nosotros no existen. El amor tiene algo de eso. De imaginario.
Necesito aire frío que me congele el rostro y entonces me voy; mi corazón late a mil por hora y creo que me estoy ahogando. La lluvia me cae encima y es lo único que me refresca las ideas. Un paso y otro y otro y todo el cielo derrumbándose encima mía, así como yo hago conmigo misma. Como si cogieras a alguien y empezaras a gritarle de pronto, de una forma ensordecedora. Y luego silencio. Luego una nada eterna que también empieza a devorarte. ¿Y ahora qué? ¿Lo tiro todo por la borda o me tiro yo? Hay un humo extraño que me rodea y yo no puedo mirar al suelo. Tengo todos los músculos congestionados y yo me repito una y otra vez que no es para tanto. Y de nuevo nada. Esa nada. Nuestra nada. Me produce una gran pena que entre tú y yo exista una gran nada en la que se va ahogando cada dolor.
Lo peor de ésta sensación es que ya la he vivido y es tan horrible como asfixiante. Y ahí están mis fallos claro.
Dicen que las decisiones que tomes cambiarán tu mundo.
Hace mucho tiempo me prometí a mi misma que nunca volvería a sentirme como me siento ahora y que nunca volvería a dejarme caer de la forma que ocurrió.
Creo que la esencia de la vida consiste en ser fiel a lo que uno cree de si mismo. Y ahí está el error.
La cosa no es vivir, sino saber cómo vivir.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Mi foto
My madness keeps me sane.