Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


miércoles, 6 de mayo de 2015

Ya no sé ni lo que extraño.




Si ya sé que voy a estar mejor cuando te vayas, pero te explicas fatal.



Cuando tenía 16 años me enamoré .
Pérdida y locamente de un muchacho que escribía. 

Me acuerdo de una libreta negra que guardaba bajo llave y que nunca me dejaba tocar ni mirar. Siempre me decía que eran pensamientos demasiado oscuros y era mejor no volver a leerlos jamás. 
También me escribía cosas hermosísimas, y tenía una sonrisa que tapaba toda la oscuridad del universo.

Me enamoré tanto que tuve que crecer para vislumbrar que la Tierra no giraba sobre nosotros.

Tenía 16 y creía firmemente que el mundo podía conformarse de la bondad de las personas. 
Me equivoqué. 
Y era tan feliz que ni puedo describirlo.

Tenía 16 y me enamoré de un tío al que le encantaba viajar y descubrir mundo. No sabría decir cuántas veces me dejó sola mientras se largaba a bifurcar tierras lejanas.
Y he de admitirlo, al principio incluso me pareció una idea brillante. Alguien con quien compartir experiencias y relatos nuevos. Alguien que te susurrara al oído lo bonito de otros lugares.

Pero no hubo nada.

Y cuando van pasando los meses y tu vida no es más que el espejo oxidado de otra persona que no da por ti ni un duro la idea deja de tener gracia alguna.

La inmadurez.

A los 19 años aún seguía enamorada de él y ya me había engañado con otra. 

No me importó. 
Me mintió mil veces y Dios sabe que ningún amor hubo tan grande cómo el mío para estar tan ciega. 

Aún recuerdo muchas conversaciones que tuvimos, detalles e instantáneas eternas que tengo en la cabeza grabadas a fuego. Y no sé, a veces confundo pequeños momentos y sonrío. Ya no sé si de pena o de melancolía. 

Hasta que te conocí a ti.

A los 21 me había enamorado otra vez.  

No exagero, hablando de emociones que te recorren las entrañas.

Seguía siendo una cría y nunca hubo nadie que pudiera apaciguar mi locura. Era impulsiva e incontrolable y tardé en quererme a mi misma mucho tiempo más.
Ya no confiaba tanto en la gente y tenía cicatrices que seguían ardientes bajo la piel. Era inconformista y exigente como la que más y no tenía afrontamiento alguno ante la frustración.

Puedo asegurar que no hubo un amor tan destructivo como el tuyo.

Creo que la vida va dejando huellas sobre ti y al final sólo te quedan esas marcas para cerciorarte de que sigues vivo. Yo ya tengo la piel llena de cicatrices,  pero las peores son las que se quedan en la mente.
Y es cierto eso de que la atracción mental es mucho peor que la física.
No pude liberarme de ti.

Tenía 21 y a simple vista podía haber sido incluso alguien con talento. Nunca había tenido problemas en los estudios y siempre había dado todo de mí para con los demás. 
De algún modo extraño se me quería y los errores podían empaparse con las buenas intenciones.

Hasta que llegaste tú.

Tenía la carrera prácticamente acabada, una familia maravillosa y -sin embargo- la cabeza total y absolutamente desbordada.
No me calmaba nada. La ansiedad me consumía por las noches y no dormía nada. Los días confluían entre ellos y no podía parar de pensar en un futuro que no quería vivir sola. 
Y aún rodeada de gente fallé a casi todo el mundo inimaginable. Me lastimé. No sabía quien era, perdí mi ser.

Menos de dos décadas y había perdido la cabeza por alguien que no me quería. 
Cuando llegaste tú me enamoré del entresijo de sensaciones que sentía cuando me mirabas, y no había nada en el universo que tan siquiera se pudiera comparar.

Cada vez que me atravesaba tu mirada el mundo se empezaba a derrumbar. 
Las cosas empezaron a carecer de sentido. Dejé -más si cabe- de quererme y empecé una autodestrucción muy lenta que me dejaba echa un ovillo por la noches. No lloraba porque derramar más lagrimas era imposible, y cuando escuchaba música tenía en la cabeza las 3 putas canciones que había preestablecido para recordarte.

¿Y qué hay peor que recordar? 

Aún a día de hoy echo de menos a aquel tío del que me enamoré con 16 años.
Nunca volvería con él, claro, pero hubo algo en aquella historia que no me dejó tan echa trizas.

Me gustaría que romper el vínculo con alguien no siempre tenga una connotación tan negativa para la sociedad. 
Me refiero a que yo preferí alejarme de aquel chico porque sabía que lo estaba frenando.
Y eso es bueno, supongo.
Tener la determinación de aceptar que te va a doler, pero que liberas a alguien del cargo que supones.
Tuvo que ser bueno en algún rincón del dolor que me causó.

Mi segundo amor fue el amor más bonito de la historia de mi vida.
En la vida he conocido persona mas dulce y atento que aquel chico. Estaba prácticamente echo a mi talla y medida, y aquel comienzo de cuento fue tan intenso que me desbordó.

E igual que me desbordó no atisbé a darme cuenta de lo mal que me porté con él. 
Se me olvidó que era impulsiva e incomprensible y le hice sufrir demasiado.
Lo sé. A día de hoy me odio por ello y creo que nunca me lo perdonaré.
Dicen que tu libertad acaba cuando empieza la del otro y yo me la tatué en la espalda. 

Era tan cría que ni siquiera hoy en día puedo hacer apología de ello.

No sé, en el fondo lo pienso fríamente y pregunto; ¿sirve para algo ser alguien que no seas tú mismo?
Yo era así; incontrolable, obsesiva, inconformista, exigente, impulsiva...  ningún ser humano podía parar mi autodeterminación mental.

Hasta que llegaste tú.

Y todo lo que me diste -si de verdad me lo prestaste algún día- fue como vivir en otro sitio distinto sin oxígeno para pensar ni gravedad que me soportara.
Y lo sé, la fuerza de la gravedad no tiene la culpa de que nos enamoremos. Eso es lo peor.
Que también -como tantas cosas- fue culpa mía.
Y lo digo bien alto: FUE CULPA MÍA. Sin desasosiego ni remordimientos, aún sangrando y siendo poco objetiva ante el asunto.

No me enamoré de ti. Fue algo que traspasó cualquier frontera que yo pudiera tener cubierta, nada que hubiera vivido o tan siquiera rozado. Fue algo tan irreal como mentira.
Y sabía cómo me mirabas antes de que fueras.
Hasta que ya no me quisiste mirar más.

No hay que lamentarse tanto, -creo- la vida es eso. Dejar que unos se vayan para que otros nazcan.
Y también con las ilusiones, supongo.
Con las mentiras, con los juegos de miradas, con las ganas de morderte sobre cualquier cama.

Quién sabe.

Cuando tenía 21 años no me enamoré. Me enamoraron. 
Y conste que siempre era yo la que daba el primer paso hacía el frente.
Que en cualquier puente me habría caído la primera y con la cabeza bien alta.

Nunca el amor me hizo tantísimo daño. Y lo peor de todo es que las cosas que no tienen sentido suelen tener una sonrisa preciosa.
Eso fuiste tú, mi sinsentido. Algo que no da tregua a la razón y se escapa siempre de la dinámica que mueve el mundo. Algo soberbio, algo increíblemente agotador y a la vez inimaginable.

No sé muy bien si es necesario tener principios,
pero tú y yo nunca tuvimos un final.
En el fondo me alegro, sólo tenía 21 años y toda una vida por delante.
Sino me dedicaba a drogarme o a refugiarme debajo del colchón saldría adelante con el tiempo.

Qué horrenda mentira eso del tiempo, me dijeron.
Tuve que tenerte enfrente para comprobar que era verdad.

Ese sentimiento de atracción-repulsión. 
Pero con la vida.
Con el tiempo, con las ganas, con el vacío, con el abismo, con el sexo y sobretodo conmigo misma.

Fuiste previsible hasta decir 
me aburres.
Y dentro del abismo que cree para ti
aún estaba yo dentro,
aún estabas tú.
Aún estaban todas las veces que me enamoré con 16 años.

La RAE dice que enamorarse es: 

-cito, porque merece mención-  Excitar en alguien la pasión del amor.


Yo nunca pensé que tú fueras como los demás,
         
y

sin embargo, 

qué 

pena.





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Mi foto
My madness keeps me sane.