Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


miércoles, 4 de enero de 2017

No es por ti, es por mí, he crecido.



Hacía mucho frío aquella noche en la que decidí volver a escribirte. El aire me congelaba los huesos.

Volver a escribir tal como volver a amar. Herir de forma totalmente desmedida al otro. Arrepentirse después. Llorar a ratos, pasar página, inventarte nuevos mundos. Esa sensación de no saber, de no entender, de no juzgar.

La única conclusión es que creo que somos un montón de malos finales y unos cuantos errores aún por cometer. 
Y qué feo todo eso, ¿no?

De repente me he dado cuenta de que la vida no siempre nos premia. Al final me voy a tener que creer eso de que no se puede confiar en nadie. Cada una de las personas en las que he puesto mi fe alguna vez han acabado destruyéndome, y, bueno, no es una cuestión muy teórica pero duele a más no poder.

Me encuentro entre la nostalgia y la pared.

Parece que el mundo no es tan brillante como ayer y las calles ahí, atestadas de injusticias y maldad.

Entendedme;
es terrible encontrarle el sentido a todo. 
A medida que creces tienes que aprender a vivir con la hipocresía y la soledad. Sin más. Desconsuelo y tristeza como compañeros de viaje y un sitio más en el vagón. Idílico, ¿verdad?

Tengo que superar esto de sentirme culpable por actuar tal y como soy. Sólo por lo mucho que me quiero a mi misma.

De verdad, qué pena tan grande que te decepcionen las personas que más quieres.
Cuando a la decepción se le pone nombre, y es precisamente el suyo, la herida pesa más. 
Otra más.
Lo trágico de rendirse con una persona es que ya no hay vuelta atrás. 

No sé, 
no existe vacuna para un adiós.


Si fuéramos verdaderamente conscientes
de nuestra 
insignificancia
haríamos exactamente 
lo que deseamos hacer.





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My madness keeps me sane.