Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


viernes, 25 de septiembre de 2020

Azar

Nadie tiene ni idea de quien es nadie.

Nos intuimos, nos sospechamos, nos evocamos al arrullo de una canción o entre las hojas que cubren las aceras. 

Es todo tan poético. 

Pero existe cierto tipo de pena de la que no suelen hablar los psicólogos, las revistas especializadas ni los poetas. 

De hecho, es posible que aún no tenga un nombre. Ni que lo tenga jamás: su naturaleza es demasiado vaga, indeterminada, nebulosa. No pincha como la amargura. Carece de la musicalidad de la nostalgia y tampoco se presta a un tratamiento cinematográfico, como ese desconsuelo beligerante que a veces se apodera de los niños, los cantautores y los moribundos.

Por carecer, hasta carece de lágrimas. 

En su lugar, prefiere manifestarse con algún suspiro impreciso, con un arrugar la frente, con un quedarse callado cuando todo el mundo está esperando a que digas algo. 

Y entonces piensan: esta chica no es feliz. 

Vaya por Dios: a esta chica le pasa alguna cosa.

La reacción posterior depende de una multiplicidad de factores. Quizás te preocupe. Quizás te sientas culpable. Quizás te importe una mierda. Pero lo cierto es que, a poco que lo pienses, acabas coincidiendo en lo fundamental: algo te sucede.

Que algo habita en ti desde el día en que naciste. Que algo siempre te impulsa a volver sobre la cara amarga del placer, a problematizar lo sencillo, a probarte el abrigo antes de que muera el verano, a pasar más tiempo del necesario en el baño, a querer mucho a un gato muy antipático, a escuchar canciones larguísimas, que siempre acaban desquiciando a toda la buena gente que te rodea, harta también de tu gato y de la indefinición de tu pena.

Y que sea lo que sea, no tiene la menor intención de marcharse.

Que puede que, en realidad, debiéramos contemplarnos como una compleja combinación de gloria y porquería que necesita de sus propias contradicciones para existir.

Y que si es sólo nuestro, podemos llamarlo como queramos.

Así tampoco se marchará, supongo.

Pero en serio: busquémosle un nombre bonito a esta mierda.











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My madness keeps me sane.