Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


martes, 17 de junio de 2014

Siendo sincera, me digo.

Siempre he pensado que las adicciones son para la gente que no tiene control sobre su vida. Gente que está perdida, que no saben quienes son.
Así de simple, sin saber de qué material está hecho el daño que te provoca no poder levantarte cualquier mañana del dolor.
Hace un par de años veía a toda esa gente y todo eso me producía profundo asco. Me repugnaban. Así de cruel. Así de ignorante. Inconsciente. Ajeno. Profano.
Y ahora qué.
Aquí estoy yo. Cinco, siete años después. Hay adicciones que son peores que las drogas. Que segregan serotonina directa al hipotálamo y no las puedes parar. Peores que el tabaco, que el alcohol, peor que la adicción de tener que tomar pastillas. Peores que los fármacos que deprimen el sistema nervioso, que aquellos que lo estimulan, peores que esos que aumentan la dopamina, las endorfinas... hay adicciones que no calman, que no anestesian, que nunca desaparecen de verdad, con las que no sirve el sexo fácil..
Quién quiera puede venir y darme una torta en la cara y una palmadita en la espalda.
No me voy a defender.
Si te permites caer en una adicción así, con el tiempo, corres el riesgo de sufrir mucho. De machacarte, destrozarte, dejar de existir.
En silencio, como se sufren las cosas de verdad. Tú solo.
Soledad con ese sabor ácido que te recorre la boca.
Adicción a la soledad, a la pena, a la depresión; adicción a la tristeza, a la incertidumbre, al cansancio; adicción a la rebelión, a una persona, al cambio, a la lucha por una conciencia limpia; y la peor, sobre todas las que existen, la peor de todas; la adicción a cualquier enfermedad.

Y siendo sincera, me digo

aquí estoy yo.











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My madness keeps me sane.