Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


sábado, 23 de enero de 2016

Disculpa, ¿sabes si después de este invierno habrá primavera?

Siempre me imagino al borde del desfallecimiento porque, en mayor o menor medida, siempre ando cansada. Cansada de ésta lamentable ciudad, cansada del mundo y de la estupidez humana, cansada de tanta injusticia.
Y dolor. Te despiertas a las seis de la tarde y no sabes muy bien qué hacer.
Dos turnos de noche y cuarenta y ocho horas sin dormir. El mareo de las cinco de la mañana que te obliga a sentarte y tomar aire. ¿Qué pasa que el mundo ha dejado de serme real?

Entonces te das cuenta de todo. Mi vida se basa en sentarme a esperar trenes donde ni siquiera hay vías. Así que imaginad.
Ésta tarde hace más frío que nunca; y no tengo ganas de vivir.
De esto que
no tienes ganas de nada pero quieres forzarte y resulta que lo único que te apetece es que te estallen los oídos de la música en piano que te pones a todas horas.
Pero lento. Con armonía.
Yo quisiera, por eso
tu calor,
tu frío, tu manera de mirarnos. Aquellos pasos tuyos que siempre me han alegrado la vida.
Pero no están.
Y resulta que, simplemente;
parece tentador descubrir qué cantidad de elementos falsos hay en tu vida.
No quiero dramatizar, ya sabéis, supongo que mi fe en la humanidad no me permite entregarme total y enteramente a la inherente y veraz creencia de que nadie ha sabido quererme de verdad.

Ya sabéis, mi mayor conflicto siempre he sido yo.
Y no sé, lo doloroso de la gente que se va es que se lleva un pedacito de tu vida que nunca volverá.
Luego te das cuenta de que todo aquel que te ha querido alguna vez ya no está. 
Y entonces mal.
No sé si me explico;
la sutil diferencia entre ser feliz y estarlo.



Las canciones de mi vida son éstas.
Antes de morir tengo que aprenderlas a tocar.









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My madness keeps me sane.