Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


sábado, 20 de febrero de 2016

Tienes cara de abrazar y desacomodar el cielo.


Os quiero contar un pequeño detalle que me ocurrió el otro día y me maravilló.

El sábado, tras cinco horas de viaje, cuando volvía a casa en un lúgubre y sombrío tren por las afueras de Londres, tuve el placer y la oportunidad de conocer a alguien.

No hablamos, no medié palabra alguna con ella ni -podría decir- hubo mera interacción textual entre dos personas pero -desde lo más profundo os digo- sus ojos era tan expresivos y elocuentes que me pareció conocerla -al menos- desde hacía mil años.
Así pues, os la presento;
Hablemos de la chica del gorro burdeos que me encontré a las ocho de la tarde en el tren camino a casa. Llevaba una bandeja de pastelitos en las manos que tenían forma de flores y ella portaba unos guantes de algodón que dejaban entrever sus dedos, pequeños, frágiles, inmóviles. Su tez era tan clara y cristalina que me fascinó. Ni un rastro de maquillaje, ni una línea, ni un ápice de color más que el rubor de sus propias mejillas.
Vestía unas deportivas rojas y unos vaqueros rasgados y -de verdad, de corazón os digo- esa chica parecía tan tan feliz. Pero tan tan feliz.
No puedo mostraros un atisbo de lo que provocó en mi sólo con palabras pero, sinceramente, poca gente en el mundo he visto en la vida tan feliz como ella.
Su sonrisa entrecortada no desapareció ni un instante en todo el trayecto y, os puedo asegurar, fue una sensación pletórica, exuberante, energética, vital.
Como si la felicidad hubiera decidido personificarse en algo y ella estuviera ahí, sin más, con su bandejita de tartas, su gorro burdeos y su sonrisa inagotable.

Hubo un instante en el que me miró, tímidamente, y en sus ojos leí que me decía

''Aunque no me lo digas, yo también a ti.''

Ese tren, esa chica, ese gorro burdeos a las ocho de la tarde pudo ser la sensación más parecida a la felicidad que sentía desde hacía mucho mucho tiempo.  

Y me maravilló.
Ya no la he vuelto a ver más, claro está. No creo demasiado en el destino ni en los libros del futuro pero supongo que es cierto aquello de; hay personas que llegan un instante a tu vida, te enseñan algo,
y -así como han llegado- se van.







A ti, chica del tren. 





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My madness keeps me sane.