El último abrazo que me diste antes de irte me revolvió por dentro y por fuera, de golpe. Como un portazo al salir. Me quedé con la sensación de que me faltaban eternidades que contarte. Un sentimiento de atracción-repulsión, pero con la vida. Supongo que a todos nos deben promesas que aún no se han cumplido. Y no sé. Pensé que tienes la sonrisa más bonita que existe en el universo. Pensé que me gustaba mirarte riendo una y otra vez. Pensé en lo que provocabas en cada poro de mi piel cuando me abrazabas.
Y allí, sin más, mil razones en las manos, mil lágrimas y decepción, te decidiste ir.
Tenía mil cosas más que decirte, pero me las tragué. No sé si porque no merecías que las dijera o porque yo no merecía que las sintieras.
No sé exactamente qué hago escribiendo esto. Últimamente me encuentro a mi misma con ideas raras y decisiones estúpidas de la mano. Después de todo sólo creo que lo peor viene al final.
Lo terrible, en realidad, es cuando deja de doler.
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