Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


viernes, 29 de julio de 2016

Unas raíces mal atadas.


Mi bisabuela tenía un patio lleno de jazmines.

Me acuerdo del olor de las flores merodeando todas las mesitas de noche de mi casa. Mi madre se encargaba de recoger jazmines los fines de semana y los colocaba con delicadeza en nuestra cabecera al dormir, perfumando todo el cuarto.

Y... bueno, un día mi bisabuela se murió.
Tenía ocho años y jamás pude volver a ver aquel jardín.

No lo vislumbro bien pero recuerdo que era un patio pequeñito, tres árboles y miles de enredaderas por todos lados.
Un día mi madre dejó de colocar jazmines en las habitaciones. Dicen que de pequeños sólo recordamos todo lo que nos impacta de verdad.
Aquel olor se me grabó en la mente y nunca lo he podido olvidar.

También me acuerdo de que su cocina era pequeña y siempre me daba bolsitas pequeñas de caramelos de colores los fines de semana. 

Ay... recordar.
Esos recuerdos.
Siempre me ha gustado recordar.

También recuerdo un lago enorme en el que se metieron mis primos y tuvieron que salir a correr porque la corriente se los comía. Y aquella bicicleta pequeña en la que mi hermano y yo pedaleábamos tranquilamente con mi padre al lado.

El único recuerdo que tengo de mi abuelo es difuso y casi siempre me suele hacer llorar. Sentado allí en la patio en una silla blanca, derrotado, cansado, sus manos sobre la cara y toda la familia alrededor.

Creo que nunca he visto llorar a mi padre tanto como aquel día. Y eso que ni siquiera me acuerdo de verdad.

Qué difícil la vida.

A lo largo de todos estos años me he dado cuenta de que sólo te queda recordar. Como aliciente, como motor, como precursor de vida, momentos y sueños.

Estés donde estés, acabes donde acabes, 
nunca te olvides de dónde están tus raíces.
- me aconsejó mi padre un día lejano -

Creo que tiene toda la razón.






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My madness keeps me sane.