Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


jueves, 24 de marzo de 2022

Vistiendo con sonrisas una larga espera.

Te miraba.

Me acuerdo que te miraba como si nada en la vida tuviera sentido alguno sin esos ojos que me comían, esos ojos postrados, fijos en mí, inmóviles mientras sentía la calidez de tu sonrisa, envolviéndome.

Te miraba. 

Y sólo podía quedarme inmersa en ese surco de esperanza.

Y trataba de descifrarte, de leerte. Siempre que te tenía enfrente, una curiosa e inagotable calidez entre tus manos y las mías, que entrelazadas se agarraban y no querían dejarse ir.

Algo tan turbio, tan nuestro.

Una expresión suprema de cualquier sentimiento comercializado. Un grito de auxilio y protección.

Aquello no era amor, era otra cosa.

Algo que iba tejiéndose desde otras vidas. Algo que parecía no conocer tiempo o distancia. Algo que estaba ahí, que no se iba, que se recomponía en mis entrañas y nacía una y otra vez alzándose más fuerte y candente cada amanecer.

No.

Aquello no era amor.  Era algo más.

Un vínculo invisible, indisoluble, volitivo. Un impulso primitivo hacia un otro escogido desde el alma.

 Un lazo que vincula pero no ata porque es libre.

Un vínculo de voluntad. Y cómo tal, que es radical, sin grados, sin poderse medir. 

Uno quiere o no quiere.

Incluso sin tener ninguna garantía, ninguna expectativa, pese a la alta probabilidad de que todo salga fatal y se convierta en una ristra de reproches, lágrimas y crisis de ansiedad. Uno sigue queriendo, si es que quiere. De una manera inhumana, armónica, casi irreal.

Por algún extraño y maravilloso impulso primitivo.

No sé.  

en resumidas cuentas;

Y de una forma distinta pero delicada, salvaje y sólo mía;

sin importar donde estés tú y donde esté yo;

te amo.



No sé;

Dejaría de escribir 

si supiese 

que con eso 

nada te volverá a doler.




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