Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


jueves, 29 de marzo de 2012

Guardemos tus notas en los cajones.

A veces recuerdas que un día fuiste más pequeña y ese día llorabas sin parar. Abrías los cajones buscando algo, sin acertar el qué. Algo te llamaba dentro de tus lagrimas y gritaba que lo buscaras. Algo de paz, algo de amor que te recubriera por fuera y se colara por cada uno de los agujeros de tu piel. Y seguías llorando. Y vino tu madre y te dio la mano pero eso no sirvió. Aún buscabas con la mirada. Caíste al suelo pero nada de eso te afectó. Tú llorabas porque faltaba algo. Lo viste irse y querías volverlo a tocar. ¿Quién te lo había quitado? Un día te cogió en brazos y ya nunca más lo volvió a hacer. ¿Porqué? ¿Donde estaba? Había juguetes por todos lados y una enorme pelota roja. ¿Donde estaban esos gatos amarillos? ¿Dónde estaba quién te los regaló? A veces recuerdas que llorabas por esos dichosos gatos amarillos con ruedas. Se deslizaban por la rampa y se estampaban contra el suelo. Quizá alguien se lo inventó, pero tú llorabas. Llorabas por ese estúpido juguete de gatos amarillos, por su rampa verde, por que a tus seis años no supiste que nunca más lo volverías a ver y que, tras algún tiempo, sería tu deber cambiar las flores de su tumba.

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My madness keeps me sane.