Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


viernes, 13 de mayo de 2016

besos que te curan y hacen más corto el invierno.


Hoy, al levantarme y mirarme al espejo, me he acordado de él.
Hace ya más de un año que conocí a Óscar. Aquel día fue bastante especial. Aún lo tengo en la mente y podría describirlo como si de ayer se tratara.
Llegué allí muerta de miedo, aturdida, ilusionada, exasperada... y qué poco sabía todo lo que iba a sufrir.

Y lo vi. Lo saludé tímidamente y él ni siquiera me miró. Qué rara me sentí. 

En aquel sitio la gente no fue tan amable como esperaba. No fueron cálidos, no me hicieron sentir bien, no me apreciaron, no me sentí integrada ni pude disfrutar de verdad.
Pero por suerte lo conocí a él. Y creo que es de esos ángeles que aparecen en tu vida para enseñarte algo y demostrarte lo que vale levantarse cada día.
Óscar tenía catorce años y la fuerza de mil soldados. Estaba muy delgado y su piel era más oscura de lo normal. Por desgracia, en sus ojos siempre vi tristeza y puedo contar con los dedos de una mano cuántas veces lo vi sonreír.

Allí, día tras día, me dí cuenta de la crueldad con la que a veces te golpea la vida. Y cada instante que viví con él me enseñó a valorar lo que tenemos ahora mismo sobre las manos.

Aún recuerdo aquel día que tuve que salirme al pasillo para coger aire y poder respirar.
Joder, cuanto me costaba respirar en aquel sitio a veces. Estaba todo lleno de colores, todo lleno de dibujos, de personajes animados... A veces venían los bomberos y hacían algún espectáculo, a veces alguna asociación traía regalos...  pero eso a Óscar le daba absolutamente igual.

¿Habéis tenido alguna vez a alguien clavado en el pecho? A mi ese crío se me clavó. Fuerte, profundo, como una espina.

Llegué un viernes por la mañana y resultó que ya no estaba. Resultó que ya se había cansado de sufrir y llorar. 

Y, bueno, con 21 años se me murió un crío. 
No era mío, no fui su madre ni nadie de su familia, lo conocí apenas un par de meses atrás y claro, estoy segura de que no signifiqué para él lo mismo que él para mí pero -de corazón- recé mucho para que te sintieras feliz y tranquilo haya donde estés.

En aquel instante sentí como la sangre se me congelaba, como cada músculo se me contraía, como se me paralizaba cada parte de mi ser, como la mente se me bloqueaba y allí me quedé, pasmada, fría, impasible, mareada, anestesiada... durante al menos diez minutos. Y sentí una tristeza extrañamente singular, un dolor que se me agarró al pecho y una rabia que me provocó ganas de vomitar.
Y tuve que salir a tomar aire otra vez. Pero esa vez no logré respirar.

Me acerqué a su cuarto, miré las paredes, miré su cama, miré la pared y salí de allí con la firme convicción de que no volvería a entrar en aquel lugar.

Y nunca más volví a entrar. 
Y entonces comprendí porqué aquella gente no fue cálida conmigo, porque no me enseñaron a sobrellevar las preguntas de los padres, porqué no me arroparon cuando lo necesité.

En aquel sitio no había manera alguna de sobrellevar el dolor. No existía. No había ninguna técnica, ninguna estrategia, ninguna forma de poder pasar de puntillas por las historias que te rodeaban.
De repente, la realidad llegaba y te golpeaba en seco con una fuerza ensordecedora. Un peso enorme sobre tus hombros. Los padres lloraban mucho, los niños lloraban más aún.
Y cuando -inevitablemente- empezabas a querer a alguien un poco más de la cuenta, sin indulgencia alguna, la vida te lo arrebataba. 

De verdad, el peor drama que he visto nunca.

Sólo quería decirte que he estado pensando en ti. Que desde la Tierra te mando un abrazo enorme hasta cualquier cielo mágico o espacio infinito en el que estés.
Y espero, desde el primer hasta el último recoveco de mi corazón, que seas feliz y puedas descansar tranquilo y en paz.
Gracias por enseñarme tanto, campeón.











A ti, Óscar.




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My madness keeps me sane.