Soy como tú estás,
soy como te sientas, soy Satanás,
soy la cenicienta, soy una bala
soy un tirano,
soy un tirano,
¡¡SOY MALO MALO!!
...la misma noche me aburro
y no eres para mi.
Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.
¿Qué sería de la vida, si no tuviéramos el valor de intentar algo nuevo?
Y como el mar, como esas suaves y tempestuosas idas y venidas de agua, las cosas regresan y se van, quizá desde el mismo comienzo o incluso desde alguno inventado que aparece así, de repente. Como el viento, los momentos se alejan un día para golpearte otro, y ahí, ahí siguen continuamente para recordarte lo finito que es todo, incluido tú mismo. Como la brisa de verano o esa pequeña helada en invierno, la vida es de colores y a la vez únicamente es capaz de pretender ser pintada, y no de ayudarte a realizarlo. Hay que coger una gran paleta de tonos imposibles y comenzar poco a poco a trazar líneas en ella dibujando. Pintando el sol, la luna, el cielo, pintando los besos, grabando las sonrisas, los te quiero, los miedos que se esfuman, las caricias e incluso, incluso las lagrimas. Como un salto en el vacío, de quien no teme a la muerte, así van y vienen las olas de la vida, arriesgadas, un tanto tontas y alocadas, llenas de adrenalina y de picardia envuelta en las llamas de los segundos. Así, tan ingenuas, surcando la existencia de cada persona y de sus mágicos, crueles e indispensables instantes.
Y entonces te invade el miedo. Algo irracional, ilógico, impensable, oculto y extremadamente cruel, algo tan estúpido como normal. Es de estas cosas que sabes que están ahí pero que no pretendes afrontar. Pues así, en un instante inesperado aparece delante de ti y se transforma. Y te acosa. E intenta destruirte poco a poco. Y te hace pensar cosas tontas, cosas que hacen daño, cosas que te hacen llorar, cosas que no quieres oír, ni escuchar, ni siquiera imaginar porque únicamente así te haces añicos. Y aparece victorioso delante tuya, como otras muchas veces, y trata de hacerte dudar. Y así, ladrillo a ladrillo te aprisiona los pensamientos y ni siquiera, meramente, puedes atisbar si, realmente, existe algo por lo que debes preocuparte.
¿Qué ocurre cuando se detiene nuestro corazón? Los latidos dejan de escucharse en un único instante. El último instante. Y sin embargo, pese a la fragilidad del ser humano, proseguimos buscando eso tan ansiado, eso a lo que llaman felicidad, olvidando lo fácil que puede ser morir en un último respiro, una bocanada de aire. Una bocanada de aire y nada más. Cerrar los párpados lentamente, exprimiendo las moléculas de oxígeno mientras tenuemente caen nuestras manos, nuestros brazos, nuestros labios e incluso nuestro pensamiento. ¿Nunca has pensado que ocurrirá cuando tu corazón deje de latir? ¿Existe el cielo de verdad o es una mera creencia errónea para los cobardes? ¿Podemos vivir de nuevo? ¿Sentir la brisa en nuestros poros de nuevo, después de que se acabe todo? Y todo es relativo, al igual que la muerte, ya que si bien ésta suena tenebrosa y cargada de ignorancia, la vida, esa en la cual habitamos constantemente apenas siendo conscientes de ello, en ciertas ocasiones, también puede llegar a ser algo tormentosa.
“La plaza tiene una torre,
la torre tiene un balcón,
el balcón tiene una dama,
la dama una blanca flor.
Ha pasado un caballero
-¡quién sabe por qué pasó!-
y se ha llevado la plaza,
con su torre y su balcón,
con su balcón y su dama,
su dama y su blanca flor”.


Me apetece comerte a besos. Y más besos. Y más y más besos. Me apetece morderte el cuello y que te quejes una y otra vez. Me apetece cogerte de la mano y salir a correr, y volver a los nueve días o ¿porque no? Ni siquiera volver. Me apetece pasar la noche aferrada a ti escuchando tu corazón, y quedarme dormida para que seas tú lo primero que mis ojos vean. Me apetece sentir tu piel. Y tu boca. Y tus dientes. Me apetece subir a la luna y bajartela, robarla un ratito del cielo para que sea exclusivamente tuya. Susurrarte al oido poemas. Y una canción. O dos. Y ¿Que qué me apetece?, preguntas, me apetece dejarte sin aliento, que desaparezcas en cada beso y en cada mero contacto con mi piel. Me apetece cansarte hasta que ya no puedas más, me apetece que me digas te amo mientras percibo tus latidos. Y muchas, muchísimas cosas más. ¿Que qué me apetece?, repites, pues... me apeteces tú.
