Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


jueves, 1 de septiembre de 2011

Turquesa

Era tarde. Una noche cerrada y solitaria. Cerré la puerta y fui a tirar aquella bolsa al contenedor. Un aire seco y helado me golpeó en la cara. Me abroché la chaqueta. Me dispuse a volver a casa para cobijarme entre las mantas cuando la vi. Llovía. Las gotas se estampaban por todos los lados. Corría. Bajo la lluvia. Empapada. Crucé la calle y la detuve. Ella se volvió y me sonrió. Esa sonrisa tan dulce. De su cabello castaño descendían por cada uno de sus mechones gotas de agua que mojaban su piel. Acaricié su mejilla. Gélida. Sabía que no debía hacerlo pero aún así lo hice. La invité a un chocolate caliente en casa, hasta que amainara la tormenta. Yo también comenzaba a sentirme mojado, pese a la chaqueta. Lucía una camiseta de tirantes, supuse que debido al calor de aquella tarde. Su piel tiritaba, tenía el vello de punta y los labios morados. Ella rehusó varias veces mirándome con esos ojos turquesa. Yo insistí. Sonrió de nuevo. Pese al inusitado frío de esa noche, ella desprendía un calor singular. Cruzó los brazos intentando calentarse. Seguía lloviendo. Volvió a mirarme y a sonreír. Me quité la chaqueta y se la puse encima; un gesto de calidez recorrió su cara. Se apoyo en mi hombro. Entramos en casa y cerré la puerta. Fuimos a la cocina, cogí un cartón de leche y metí un vaso en el microondas. Ella me miraba, inocente, ávida de calor. La cogí de las manos; aún tiritaban. Se acercó, me miró y se apartó un mechón de la cara. Sonó un clic del aparato. Me dispuse a coger el vaso de allí pero no pude. Se abalanzó sobre mi cuello. Uno de los besos más dulces que yo jamás he podido sentir. Acto seguido me volvió a mirar. Esos ojos. Ese color. Esa magia. Brillaban. Quizá también lo hicieran los míos. Se acercó a mis labios. Los rozó. Y en ese momento me atrapó. Tiré la chaqueta al suelo y metí mi lengua en su boca. Nos dirigimos a mi cuarto. La tiré en mi cama. Ella se rió. Yo perdí el control, embriagado de sus besos, preso de su aroma, sediento de su piel. Me besó en la frente, en la nariz y en la boca, surcó cada uno de los rincones de mi cuerpo y embadurnó mi alma con esos besos de color azul. Y cuando asomó el sol por la ventana, idiota de mi, embobado en sus maneras, encadenado a su dulzura, pobre de osadía y virtud, la besé y la desperté.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Mi foto
My madness keeps me sane.