Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


miércoles, 4 de abril de 2012

Fibra sensible

Ella fuma. A veces. Muy poco. Cuando se agobia, más bien cuando tiene miedo. Miedos. Y entonces me llama. Me llama y me pide un cigarro. Y me cuenta sus temores. Necesita nicotina para confesarme cosas. A menudo yo ya las sé, porque la conozco. Son muchos años. Pero yo la escucho y ella me habla. De todo pero siempre de lo mismo. Otra vez de ella, de ellos, de nosotras, de la vida, de ese vaivén sin sentido. De cómo se equivoca constantemente. Y entonces yo, sin que lo sepa, también le cuento mis oscuros. Y ahí se cambian los roles y es ella la que ofrece el cigarro. Y tú la que hablas, y la que se cansa. A mi me gusta escuchar, aunque luego nunca sepa qué decir ni como coño ayudar. Y ella me dice que esas cosas no se hacen. Y yo le digo que no, que están mal. Y las palabras se deshacen en el aire, en la ropa, en las ideas que fluyen entre ambas. Entonces te das cuenta de que no se puede superar una palabra. Un abrazo. Una mirada que te pida ayuda y consejo. Con ella es más fácil. Con ellas. Y con él. Tres personas. Daros por aludidos, vosotros que leéis esto. Ella fuma y me cuenta porqué empezó un día cualquiera a hacerlo. Y yo la callo y le digo que deje el pasado atrás, donde no se pueda ver, donde quede tras las cenizas de algo que prendió rápido y ardió con mucha fuerza. Y ahí nos quedamos, en mitad de cualquier avenida sin saber muy bien a donde nos llevan las palabras y porqué hay veces en las que necesitas que alguien venga y te ofrezca un cigarro.

1 comentario:

  1. Curioso, muy curioso. El humo emborrona el cansancio de los ojos, mantiene las manos ocupadas y la mente despierta.

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My madness keeps me sane.