Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


viernes, 16 de julio de 2010

Simplemente. A kiss.

Tan sólo fue un beso. Un mero contacto con su piel. Algo más de aliento en mi boca y un aroma a miel que impregnaba cada poro de su cara. Tan sólo eso. Sus labios en mis labios y algo de dulzura en el ambiente. Un beso. Y nada más.
Y vino desde el último metro de calle que conseguí divisar, decidido y sin mirar atrás, fijo, quizá corriera en algún momento, en instantes percibí su perfume delante de mí. Y simplemente una mirada y un beso. Sin más y sin lógica. Sin cabida después de tanto rencor. Y nada más.
Y por un mísero beso todo cambio. Se volvió del revés haciendome idiota e incluso hipócrita.
Cambio la forma en que lo miraba, y mi sarcasmo comenzó a ser algo más sutil tratando de herirlo menos. Me hipnotizaba. Y la forma en que lo escuchaba, e instantes después soltaba alguna de mis alegres palabras amargas para dejarlo dolido y exhausto. Cambiaron esas palabras, y mi concepto de odio irracional, y dejaron de ser tan amargas para convertirse en algo más suaves. Y comencé a preocuparme.
Y todo por un simple beso. Un miserable, desdichado y estúpido beso.
Por las mañanas comencé a soñar con el, a imaginar sus ojos y el dulce color de su iris, y por las noches deseaba observarlo mientras dormía, e incluso quedarme allí, con él, sólo él y esa incesante necesidad de retenerlo entre mis brazos.
Y cada una de mis sonrisas cínicas se convirtió en algo simple y real. Y dejaron de ser cínicas para aspirar a soñadoras. Y me preocupé. Otro día más me preocupé.
Y cada gesto adquirió un significado oculto que sólo entendí cuando de nuevo, justo un segundo después, volvió a besarme.

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My madness keeps me sane.