Salvarle a alguien la vida para destrozársela tú.


martes, 22 de junio de 2010

Huele a felicidad

En aquella esquina de la cama, me acurruqué y comence a soñar. Cerré los parpados, percibí la oscuridad, respiré profundamente y soñe. Simplemente soñar. Esa noche soñe con el mar, con su brisa y con aquellos pajaros que sobrevolaban mi cabeza. Con los peces, y el aire, que envolvía mis cabellos, alocados y revueltos. Me sentí libre y pude percibir la textura de la arena. Sí. Aquella arena tan fina, dorada, que se colaba entre los poros de tu piel. Un escalofrio recorrio mi espalda ¿Síntoma de felicidad? Sonreí. Y mi imaginación volo hasta aquel mundo de los sueños. En el que no existe la mínima preocupación. Ni temor ni odio ni rencor... ni siquiera... ni siquiera tristeza. Y anduve por la orilla hasta darme cuenta de que nuestras manos estaban unidas, y comencé a reir y quise gritar alto palabras al viento y que las guardara para regalartelas una a una. Y vole muy alto, mi alma llegó hasta las nubes blancas que ocultaban un trozito de sol. Y ese sol comenzó a quemar mi piel. Y la tuya. Me daba calidez. Y allí me perdí. Despacio y sin agobios. Junto a tí. Dejando poco a poco mi huella en ese lugar tan hermoso. Sí. Y en aquella esquina de la cama, aquella noche, percibí el olor de la felicidad.

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My madness keeps me sane.